La pandemia del COVID-19 generó una importante recesión económica y el panorama futuro es  complejo e incierto. En este marco, la teoría económica parece insuficiente para diseñar una política y guiar las decisiones económicas diarias. Se requiere repensar su formación y perfil.  

En 1992 David Colander escribió un artículo con el título de ‘The Lost Art of Economics’. Señalaba  el hecho de que hoy día los economistas distinguen la economía positiva y la normativa, pero no  queda claro a cuál de estas dos pertenece la economía aplicada. Su tesis es que a ninguna de  las dos: que hay una tercera parte, ‘el arte de la economía’. Colander se remite a Neville Keynes  para sostener la división tripartita: economía positiva, normativa y arte de la economía. Esta  división estaba presente, entre otros, en John Stuart Mill y en Carl Menger. Mill distingue entre la  ciencia – la ‘economía política’ – y el arte correspondiente. Menger habla de la Practical or applied  economics, con su método específico, incluyendo la política económica y la ciencia de las finanzas.  

El arte de la economía debe tener en cuenta que existen motivaciones “no económicas”, de tipo  psicológico o sociológico, y condiciones institucionales que influyen en los fenómenos  económicos. Como sostiene Colander, ‘el arte de la economía es contextual y muy dependiente  de juicios no-económicos, políticos, sociales, institucionales, e históricos’; existen variables  cualitativas que no pueden medirse, pero deben considerarse.  

Es interesante prestar atención a las propuestas de los recientes premios Nobel de economía  Abhijit Banerjee y Esther Duflo. Banerjee piensa que ‘la economía positiva, en tanto postura  metodológica clara que uno encuentra entre los economistas, […] se aplica a lo más a un campo  muy limitado de la economía’. Considera la decisión económica como una habilidad y dice que  no hay una escuela para aprenderla más que la experiencia. Duflo pide que el economista sea  como un plomero. Explica:

El plomero da un paso más allá del ingeniero: instala el artefacto en el mundo real, observa  cuidadosamente qué pasa, y rastrea cuanto sea necesario. Cuando recibe la máquina, las  metas generales están claras, pero aún no se han presentado muchos detalles necesarios.  La diferencia fundamental entre el ingeniero y el plomero es que el ingeniero sabe (o asume  que sabe) cuáles son las características importantes del ambiente, y diseña el artefacto para  tenerlas en cuenta – en abstracto, al menos. […] Cuando el plomero instala el artefacto, hay  muchos engranajes y conexiones, muchos parámetros del mundo que son difíciles de  anticipar y que sólo se conocerán cuando el artefacto se ponga en movimiento. El plomero  tendrá en cuenta varias cosas – el diseño del ingeniero, su comprensión del contexto, su  experiencia previa, la ciencia actualizada – para afinar cada característica de la política lo  mejor posible, poniendo un ojo en los detalles relevantes lo mejor que pueda. Pero respecto  a ciertos detalles, permanecerá una incertidumbre genuina acerca del modo de proceder,  porque la solución depende de un conjunto de factores difícilmente cuantificables o incluso  difícilmente identificables (estos son los ‘desconocidos desconocidos’, todo lo que no  podemos prever pero que surgirá de cualquier modo).  

Es decir, Duflo pide del economista más que el diseño: pide que implemente el proceso y que se  ocupe de los eventos imprevistos que generan una revisión de la política. Duflo afirma:

No existe una teoría general sobre cómo diseñar una política bajo un modelo de incertidumbre.  En muchos casos, aún la estimación más ilustrada no será más que una estimación. El  economista-plomero usará todo lo que sabe (incluyendo el modelo incierto), para hacer la  mayor estimación posible, y prestará una cuidadosa atención a lo que suceda en la realidad.  La incertidumbre del proceso crea un mundo muy estocástico.  

En su trabajo, Duflo considera una variedad de detalles ‘ad-hoc’ sociológicos, psicológicos,  técnicos o prácticos a tener en cuenta para tener éxito en la implementación -a menudo muy circunstanciada- de las políticas económicas.

Quizás lo aquí señalado resulte obvio. Sin embargo, no lo es tanto. La política económica es  parte de la ciencia económica y requiere la consideración de todas las motivaciones que inciden  en los fenómenos económicos. Resulta entonces enormemente contextual. Necesitamos contar  con una batería de modelos para aplicar el o los más adecuados a cada caso. Como decía John  Maynard Keynes en carta a Roy Harrod, ‘La economía es la ciencia de pensar en términos de  modelos junto con el arte de elegir los modelos relevantes para el mundo actual’.  

Cuando el buen plomero llega a casa nos sorprende ver cuánto nos cobra en el poco tiempo que  estuvo; pero resuelve el problema. Parafraseando el dicho de Keynes sobre los economistas y  dentistas, ojalá los economistas seamos buenos plomeros.