El mercado financiero estadounidense atraviesa una transformación estructural de gran magnitud. Se está desplazando progresivamente de las estrategias activas, como la selección individual de acciones, hacia estrategias pasivas que buscan replicar el rendimiento de índices de referencia.
En este contexto, los fondos pasivos se encaminan a alcanzar los USD 17,4 billones bajo gestión en 2025, consolidando su liderazgo sobre los fondos activos, que desde 2024 han pasado a un segundo plano.

Un motor clave detrás de esta tendencia es el auge de los fondos cotizados o ETFs, que han democratizado el acceso a estrategias pasivas de bajo costo para inversores de todo tipo.
El fondo SPDR S&P 500, disponible en Argentina como CEDEAR bajo el código SPY, se ha convertido en un emblema de las inversiones pasivas. Con aproximadamente USD 640 mil millones bajo gestión, es el ETF más grande del mundo. Replica el índice S&P 500 con un costo anual de apenas 0,1%. Su rendimiento en los últimos 20 años fue de 655%, lo que equivale a un retorno promedio anual del 10,6%.
Otro ETF relevante es el SPDR Gold Trust (GLD), que sigue el precio del oro. Además de su retorno de largo plazo comparable al del S&P 500, este instrumento ofrece ventajas en términos de diversificación.
De hecho, una cartera compuesta en un 60% por el S&P 500 y un 40% por oro, con rebalanceo trimestral, habría superado ligeramente el rendimiento de ambos activos por separado, con una menor volatilidad y una caída máxima más acotada.

El auge de las estrategias pasivas también se apoya en la creciente evidencia empírica que cuestiona la efectividad de la gestión activa. Según datos de S&P Global, más del 75% de los fondos de acciones estadounidenses no logran superar el rendimiento del S&P 500 en horizontes de mediano (3 a 5 años) y largo plazo (10 a 20 años).
No obstante, esta revolución pasiva no está exenta de riesgos. Uno de los más discutidos es su impacto potencial sobre la eficiencia del mercado. Al replicar mecánicamente los índices sin evaluar el valor relativo de los activos, los fondos pasivos podrían contribuir a distorsiones en la formación de precios y alimentar burbujas financieras. La asignación de capital se realiza de forma automática en función de la capitalización de cada compañía, sin distinción entre empresas subvaluadas o sobrevaluadas.
Otro punto de preocupación es la concentración del poder de voto en un puñado de grandes gestoras. Los tres mayores gestores de fondos pasivos (BlackRock, Vanguard y State Street) administran conjuntamente más de USD 15 billones en acciones y ejercen influencia sobre decisiones clave en miles de empresas. Por ejemplo, poseen bajo su tutela, en conjunto, cerca del 20% del capital accionario de gigantes como NVIDIA y Apple.
En suma, el crecimiento de las estrategias pasivas representa una evolución profunda y en muchos aspectos positiva para los mercados, al ofrecer eficiencia, accesibilidad y costos bajos. Sin embargo, también plantea desafíos relevantes en términos de gobernanza corporativa y estabilidad financiera. Como en toda transformación estructural, el equilibrio entre eficiencia y resiliencia será clave para determinar su sostenibilidad a largo plazo.