Durante los primeros cien días, el gobierno ha progresado en tres áreas principales: a) reducción del stock de pesos en términos reales, b) aumento de las reservas en el BCRA y c) equilibrio de las cuentas fiscales.

La proliferación de controles cambiarios habitualmente genera que queden “atrapados” más pesos de los que los agentes económicos desearían tener si el mercado fuera libre. Ese exceso de pesos posiblemente se haya eliminado, aunque todavía quedan importantes pasivos remunerados del BCRA que generan pagos de intereses del orden de 6% del PBI. 

Al mismo tiempo, el BCRA ha logrado recuperar reservas netas que se acercan al equilibrio luego de heredar una situación insostenible en diciembre. Pero en parte ello se ha logrado con nuevas postergaciones en el pago de importaciones. El flujo de pagos sería “normal” recién en mayo y para entonces se habrá acumulado otro stock de deuda comercial no deseado de alrededor de US$ 10.000 millones que se suma a los atrasos en el pago de dividendos. Antes de levantar el cepo es necesario resolver este problema y no sabemos si se hará vía la emisión de nuevos bonos por parte de la autoridad monetaria o a través de algún otro mecanismo. 

Por su parte, el superávit fiscal se ha conseguido con alguna postergación de pagos y licuando más de lo previsto los gastos para compensar el efecto de la dilación en las reformas fiscales estructurales. Por ejemplo, los pagos de jubilaciones, que superan el 7% del PBI, se ubican en el primer trimestre del año en un poco menos del 5%. Sin embargo, ese “ahorro” no es sostenible porque se deshace si baja la inflación y, además, porque se vuelve socialmente intolerable. Es necesario que las fuerzas políticas acuerden medidas fiscales que permitan eliminar el déficit de forma sostenible.

En el interín, la recesión se profundiza y la tasa de inflación cae (y seguirá cayendo en los próximos meses). Los ingresos de la población –salarios y jubilaciones– han sido sobreajustados por la inflación y ello debería revertirse sin afectar los equilibrios de la macroeconomía. Por eso la recuperación debería ser en forma de V.

¿Qué puede complicar las cosas? En el corto plazo, la paciencia social ante un ajuste fiscal que, en definitiva, recae sobre los particulares que son los que deben pagar los mayores impuestos y reciben los menores gastos. En el mediano plazo, la incapacidad de las fuerzas políticas afines de acordar reformas estructurales que aseguren la solvencia fiscal y reduzcan los sobrecostos más importantes, como el laboral y las pérdidas de una economía cerrada al comercio.

Argentina tiene una gran oportunidad. En los próximos meses sabremos si la dirigencia política nos ha permitido aprovecharla.