Existe una clase de activos que ha venido creciendo de manera acelerada y sigilosa durante décadas: las inversiones alternativas. Este segmento abarca la gestión de todos aquellos activos que no cotizan en bolsa, como empresas privadas, crédito privado y bienes raíces.
Las empresas dedicadas a la gestión de inversiones de terceros en mercados privados llevan más de 40 años experimentando un crecimiento acelerado. En la última década, sus activos bajo administración aumentaron un 15% anual, superando actualmente los USD 16 billones.
Esta notable expansión ha pasado desapercibida por los inversores individuales, ya que el sector se centró inicialmente en gestionar capitales de inversores institucionales, como fondos soberanos, aseguradoras y grandes corporaciones.
Esto se debe a que invertir en mercados privados implica inmovilizar el capital por períodos prolongados, suficientes para adquirir, desarrollar y vender un puñado de empresas o propiedades. Al mismo tiempo, los montos mínimos de inversión se miden en millones de dólares, excluyendo a la mayoría de los inversores individuales.
Por lo general, un fondo de este tipo tiene una duración de 10 años, período durante el cual la gestora percibe una comisión fija anual del 2% sobre el capital invertido, además de un 20% sobre las ganancias obtenidas.
Aunque estas comisiones pueden parecer excesivas, los retornos excepcionalmente elevados las justifican. Los fondos de private equity, como se denomina a las inversiones en empresas privadas, han mostrado retornos promedio del 15% anual después de comisiones.
Los inversores institucionales encontraron en esta clase de activos la posibilidad de obtener rendimientos superiores a los de los mercados públicos, junto con una menor volatilidad.
Apoyados en estos resultados, los inversores institucionales han incrementado año a año su exposición a inversiones alternativas. Actualmente, se estima que los fondos soberanos asignan el 25% de sus activos a este segmento. Las aseguradoras, limitadas por requisitos de liquidez, destinan el 10% de su fondo de riesgo, mientras que las fundaciones y universidades, caracterizadas por su horizonte temporal infinito, alcanzan una exposición superior al 50%.
Ahora bien, con los inversores institucionales habiendo alcanzado sus niveles de exposición objetivo, la industria comienza a explorar nuevas fuentes de crecimiento, destacándose entre ellas los patrimonios privados.
Se estima que los capitales en manos de individuos ascienden a USD 150 billones, con una participación casi inexistente en fondos de inversiones alternativas. Esto se debe, nuevamente, a las condiciones de estos fondos, que exigen inmovilizar inversiones mínimas de millones de dólares durante una década, lo que resulta prohibitivo para este segmento.
Por ello, los administradores de inversiones alternativas están desarrollando nuevos productos para acceder al segmento de inversores individuales. En este sentido, firmas líderes como KKR y Apollo establecieron este año alianzas estratégicas con gigantes de los mercados públicos, como Capital Group y State Street, para aprovechar sus canales de distribución y lanzar fondos de inversiones alternativas que cotizan en bolsa.
Por otro lado, BlackRock, gigante de los mercados públicos que administra más de USD 11 billones en activos bursátiles, dejó en claro su intención de sumarse a esta tendencia a través de una serie de adquisiciones realizadas en 2024. En concreto, la firma destinó USD 28.000 millones a la compra de dos gestores de fondos privados, GIP y HPS, además de una plataforma de datos especializada en el segmento, Preqin.
Estos movimientos recientes sugieren que 2025 estará marcado por novedades respecto a la apertura de las inversiones alternativas al público inversor.