La alta inflación de los últimos años fue el factor objetivo principal de la victoria abrumadora de Donald Trump el pasado 5 de noviembre. Su electorado espera un costo de vida más accesible, por eso Trump, más allá de sus críticas consuetudinarias a la Reserva Federal y en especial a su presidente Jerome Powell, cuenta con la seriedad de este organismo a la hora de reaccionar si los aumentos de precios se salen de cauce. Tiene a su favor que comienza su gobierno con la inflación bajo control, rozando el objetivo de la Fed del 2% anual y con un mercado laboral en buen estado –una situación mucho mejor a la que él heredó a Biden en un ríspido traspaso de poder en plena pandemia–.
Más allá de la inflación, Trump asumió muchos compromisos con su base conservadora de electores, así como con el mundo corporativo. En materia comercial, su estrategia se resume en una palabra: proteccionismo. El republicano considera que los chinos compiten de forma desleal –lo mismo pensaba el demócrata Barack Obama y varios otros mandatarios estadounidenses antes que él– y por eso subirá los aranceles a las importaciones de ese país (y de otros).
Así, China deberá adaptarse a una nueva realidad comercial que profundizará sus dificultades actuales. La demanda interna cobrará aún más relevancia para el gobierno de Xi Jinping, dado que resulta difícil imaginar que los mercados secundarios conquistados por China tras años de esfuerzo para expandir su influencia global sean suficientes para compensar el "manque à gagner" (pérdida de ingresos esperados) que podría ocasionar la política comercial de Donald Trump.
A pesar de que el gobierno chino sigue previendo una expansión del 5% este año –los organismos internacionales proyectan entre 4,5% y 4,8% para este 2024–, el sector inmobiliario atraviesa un período catastrófico luego de años de crisis. Las personas que pueden, ahorran más y gastan menos; una conducta que perjudica a un modelo expansivo a ultranza. Las autoridades chinas recortan tasas de interés, pero el ánimo de una población cansada, envejecida, en la que el desempleo juvenil hace estragos, no es el mejor. Este año, uno de los mayores eventos de compras y ofertas en China –el “Singles’ Day”– fue el más largo de la historia, para intentar compensar con tiempo lo que no logra el entusiasmo del consumidor.
El gobierno chino ‘anuncia anuncios’, pero el mercado, que suele esperar decisiones concretas, no parece contentarse con medidas a cuentagotas.
Hace pocos días, grandes titulares anunciaban el rescate de la llamada “deuda oculta” que los gobiernos locales chinos acumularon en las últimas décadas para impulsar la industrialización del país. Esta deuda es parte central de la estrategia de desarrollo de China, que ha contribuido, entre otras cosas, a una sobrecapacidad de producción reconocida por todos los especialistas como un serio problema para toda la economía mundial.
Con la demanda interna alicaída y el crucial mercado inmobiliario golpeado, la apuesta lógica del gobierno de Xi sería profundizar la política exportadora que le ha permitido a China ganar participación en sectores clave de la economía mundial, como el automotor, donde los vehículos chinos aceleran la conquista.
La respuesta del mercado a la última batería de medidas fue más que tímida, y el yuan cayó. Tal vez esta sea la única buena noticia para una economía centralizada que ha tenido en su (polémica) competitividad una de sus mayores fortalezas.
Hace mucho tiempo que la rivalidad entre las dos potencias por la influencia política y el dominio económico es la principal obsesión de los gobernantes estadounidenses y chinos en política internacional. Electoralmente, esta dinámica le ha dado rédito a Trump. La teoría del enemigo externo, en este caso, se materializa con efectos positivos para el millonario republicano, mejor visto por los votantes en el manejo de la economía y también de la política exterior.
Con los resultados electorales en EE. UU. como nueva realidad, nos queda por conocer las implicancias de este segundo round Trump vs. China.