Hace unas semanas, la Representante María Elvira Salazar (Florida, Republicana), en una exposición en el Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, se refirió a la penetración de China en Latinoamérica. Dijo que la seguridad nacional (de los Estados Unidos) estaba en peligro, y que los chinos no estaban para comerciar, sino para la guerra. En particular, dijo que la Argentina estaba considerando abrir una fábrica de jets de combate JF-17 chinos, y recordó que la Argentina había cedido el “control total de las operaciones de una estación espacial” en la Patagonia, sobre la que no existe ningún acuerdo de supervisión. 

¿Qué hay de cierto sobre la expansión de China en la región y en la Argentina? ¿Qué implicancias comerciales, financieras y diplomáticas tiene? Exploraremos estas preguntas en esta nota. 

La influencia de China en los países emergentes y en particular en Latinoamérica tomó una dimensión importante en las últimas décadas, tanto a través de la Inversión Extranjera Directa (IED) como a través de la expansión del financiamiento a gobiernos. Los números son impresionantes. 

China se convirtió en los últimos años en una de las principales fuentes de IED del mundo. Sus empresas invirtieron en el extranjero 143 mil millones de dólares por año en promedio de 2013 a 2020. En Latinoamérica, el stock de IED pasó de 20 mil millones de dólares en el 2006 a más de 250 mil millones en 2017. En sus inicios, la IED de China en Latinoamérica estuvo dirigida a sectores primarios. El foco estaba en recursos como metales, petróleo y alimentos, necesarios para sostener su fuerte expansión. Con el tiempo, la IED China en la región se expandió a otros sectores como telecomunicaciones, manufacturas, transporte y energía. 

Una parte de dicha IED proviene de empresas estatales y otra de empresas privadas. Aunque, distinto de casi cualquier otro país, es importante destacar que la diferencia entre ambas es casi nula en China dado que, al final de cuentas, todas están bajo la supervisión del Partido Comunista Chino (PCC). Esto ocurre por varias razones. En primer lugar, muchas empresas que parecen privadas en realidad son mixtas, con una gran participación estatal. Pero, además, la capacidad del gobierno en materia regulatoria, de subsidios y de préstamos de los grandes bancos, todos en manos estatales, deja a las empresas privadas sometidas al gobierno como en pocos lugares en el mundo. 

Más recientemente, el rol de China como acreedor internacional ha crecido fuertemente, aunque este fenómeno es mucho menos estudiado, dada la opacidad de los datos. Pero los datos no dejan de ser impresionantes. Hoy China es el principal acreedor oficial del mundo, sobrepasando al Banco Mundial y al FMI. Sus préstamos comerciales y de comercio crecieron de casi cero en 1998 a 1,6 billones de dólares en 2018. Según los economistas del Banco Mundial Sebastian Horn, Carmen Reinhart y Christopher Trebesh, quienes compilaron una base de datos de préstamos de China al resto del mundo, la mitad de estos préstamos no están registrados en las bases de datos estándar internacionales. En la región, por ejemplo, este fue el caso de los adelantos que China otorgaba a los gobiernos populistas de Ecuador y Venezuela, a cambio de entregas futuras de petróleo. La Argentina, según The Dialogue, es el cuarto receptor en la región de préstamos del China Development Bank (CDB) y del China Export-Import Bank (Ex - Im Bank), con 17 mil millones de dólares desde 2005 hasta 2021. Solo nos superan Venezuela, Brasil y Ecuador. 

Parte de esta inversión y de estos préstamos internacionales se enmarcan en una de las iniciativas más importantes del presidente chino Xi Jinping (2012-Presente): el Belt and Road Initiative (BRI), lanzado en 2013. El BRI es un plan de infraestructura para conectar a China con otras partes del mundo a través de puertos, ferrocarriles, carreteras e infraestructura energética. Abarca alrededor de 147 países y más de 200 mil millones de dólares en inversión. Su objetivo va mucho más allá de lo económico.

Esto nos lleva a la principal pregunta que busca responder esta nota. ¿Qué busca China con esta expansión económica y financiera internacional? 

Una joven investigadora argentina, Evelyn Simoni, estudió datos de IED China hacia Latinoamérica entre 2005 y 2018, y encontró que la inversión está sesgada hacia “países con democracias liberales percibidas como más débiles, proveyendo evidencia a la hipótesis de que la IED es parte esencial de la política exterior China.” Pero esto no solo aplica a la expansión china en Latinoamérica. Según Elizabeth Economy, autora del libro The Third Revolution. Xi Jinping and the New Chinese State, "Xi también ha concebido el BRI como un conducto a través del cual China puede transmitir sus valores políticos y culturales".

En mi opinión, China no busca expansión territorial, con excepción de Taiwán. (Xi prometió “completar la reunificación de China” y dijo que era un problema que no dejará a la próxima generación.) Tampoco busca expandir la ideología Marxista-Leninista, a diferencia de la Unión Soviética hasta 1989. Lo que busca China, en cambio, es forjar un nuevo orden internacional. Busca, como argumentan Charles Edel y David Shullman en un artículo en la prestigiosa revista Foreign Affairs (How China Exports Authoritarianism), “promover su estilo de autoritarismo a actores iliberales alrededor del mundo.” El PCC busca, en sus palabras, “poder, seguridad, influencia global para China y para sí mismo”. 

En la posguerra, el orden internacional se organizó alrededor de un conjunto de reglas dictadas por las democracias liberales de occidente, y por lo tanto se abocaron a defender la democracia, los derechos humanos y el libre comercio. Los organismos multilaterales como las Naciones Unidas y la ley internacional fueron diseñados para hacer avanzar estos principios. China busca cambiar este paradigma, ofreciendo una nueva opción a los líderes de países que quieren desarrollarse sin someterse a los checks and balances de la democracia liberal. 

Esta aspiración global es relativamente reciente. El cambio de política exterior se dio durante la presidencia de Xi. Antes de Xi, el leitmotif de la política exterior china era “esconder las propias capacidades y esperar el momento oportuno”. La idea era desarrollarse para ganar poder. Bajo Xi, en cambio, la dirigencia del PCC empezó a hablar de China como “una gran potencia”. Bajo Xi, al mismo tiempo, el régimen se volvió mucho más autoritario de lo que ya era. Esto se vio en varias dimensiones, incluyendo desde el ataque a las libertades políticas e individuales en Hong Kong, hasta los sucesivos ataques a distintos empresarios y sectores de la economía.   

¿Qué consecuencias tiene todo esto? Desde el punto de vista geopolítico, está claro que los dirigentes liberales del mundo ahora tienen una nueva opción tanto de financiamiento e inversión, como también una fuente de know-how represivo. Desde el punto de vista más prosaico de los inversores individuales, lo que queda claro es que comprar tanto bonos del gobierno como acciones de empresas chinas implica financiar una autocracia con aspiraciones globales. Y que, como comentó la Representante Salazar, tiene un impacto en nuestro país. 

Para saber cuál es nuestra exposición a autocracias como la china en nuestros portafolios, la Human Rights Foundation creó una herramienta que nos permite ver la exposición de los principales Exchange Traded Funds (ETFs) de mercados emergentes que están listados en los Estados Unidos a autocracias: el sitio Defund Dictators. Lo que podemos descubrir en este site es que ETFs populares como el iShares MSCI Emerging Markets ETF (EEM) tienen cerca del 30% de sus activos invertidos en China. 

Pero invertir en autocracias como China es, además de cuestionable, peligroso. El crackdown a las empresas de educación y tecnología durante 2021 costó cientos de billones de dólares al mercado. Al día siguiente que el mundo observó cómo removían a Hu Jintao, ex secretario del PCC, de la sala donde se llevaba a cabo el 20° congreso del Partido Comunista Chino en 2022, las acciones del Hang Seng China Enterprise Index cayeron 7,4%, ante el temor de que Xi Jinping extienda aún más su poder. Es decir, la falta de derechos de propiedad implica un costo para los inversores. 

En síntesis, el crecimiento del poder chino es una realidad que vino para quedarse, y tendrá un impacto muy importante en la geopolítica, en la política local, y hasta en nuestros portafolios de inversiones.