Hay un dato que no podemos desconocer: la temperatura promedio global aumentó 1°C desde 1880, cuando la segunda revolución industrial terminó de modificar la matriz energética del momento (pasó a estar dominada por combustibles fósiles como el petróleo, el gas natural y el carbón), según concluyeron científicos de la NASA. Ese grado celsius adicional alcanza para calentar océanos, derretir glaciares, causar inundaciones y poner en jaque a miles de especies, incluso potencialmente a la nuestra.
Revertir esta tendencia no es una opción, sino una necesidad básica para asegurar la vida en la tierra, y la transición energética aparece como el vehículo que nos puede conducir hacia ello.
Ahora, ¿qué es la transición energética y cómo puede ayudarnos?
La transición energética, también llamada descarbonización, consiste en reemplazar las fuentes de energías contaminantes -como las mencionadas hace instantes- por otras que no emiten carbono al medio ambiente. Hay varios ejemplos célebres: la energía solar, la eólica, la hidráulica, la nuclear y los biocarburantes (y muchos otros). ¿Es el camino para revertir el calentamiento global? Aunque solo el tiempo lo dirá, por lo pronto, es una tendencia a seguir muy de cerca, además de una oportunidad de inversión por demás interesante.
97 países -incluyendo a todas las potencias económicas- se comprometieron en el Acuerdo de París a cortar con la tendencia del calentamiento global. Para lograrlo, aseguran, hay un único camino: construir un mundo carbon-neutral, como tarde, hacia 2050. Esto implicaría retirar todo el CO2 liberado a la atmósfera y, por supuesto, dejar de emitirlo, un desafío largo y complejo, pero no imposible.
Varios indicadores reflejan más de un motivo para ilusionarse: la caída en los costos de la energía solar y eólica en la última década -alrededor del 80 y 40%, respectivamente- son claros ejemplos de ello.
Además, el hecho de que las energías no contaminantes ya representen casi un tercio del total del consumo energético mundial nos muestra dos cosas: vamos por el buen camino, pero aún queda mucho por hacer…
Revertir la tendencia del calentamiento global no es una opción, sino una necesidad básica para asegurar la vida en la tierra.
Algunas cifras sobre la inversión mundial en la descarbonización
Se espera que la inversión global en el sector aumente un 10% en el 2021 -según el informe “World Energy Investment” de la IEA (International Energy Agency)-, volviendo a niveles previos a la pandemia, pero con una importante diferencia: la transición energética le abre paso a nuevas fuentes menos contaminantes. Por ejemplo, solo en este año, se estima que las energías renovables representarán el 70% de la inversión en generación de energía. Sin embargo, desde la IEA advierten que, para alcanzar los objetivos planteados a mediano / largo plazo, la inversión en energías limpias debería duplicarse hacia finales de esta década.
¿Cuál es la clave para alcanzar dichas metas? Será fundamental asegurar la demanda en este tipo de energías. En este rumbo, la gran noticia pasó por la creación del grupo RE100, compuesto por varias de las compañías más importantes del mundo: todas ellas se comprometen a modificar radicalmente su matriz de consumo energético, con el fin de utilizar únicamente energías renovables en un futuro cercano.
A medida que la inversión y la demanda continúen por el sendero del crecimiento, la descarbonización será un proceso cada vez más fructífero y con resultados palpables.
Los green jobs: el futuro del empleo y el crecimiento económico
La transición energética, más allá de su enorme importancia y las oportunidades de inversión que de por sí implica (quedate hasta el final de la nota para conocerlas), trae a colación un interrogante: ¿cómo convive esta tendencia con el futuro del empleo? Lógicamente, es esperable que la descarbonización atente contra miles y miles de trabajos que giran en torno a la producción de combustibles fósiles. Por este motivo, y para evitar grandes “perdedores”, se han creado compromisos de “transición justa”, centrados en la búsqueda de mecanismos de generación de nuevos “empleos verdes”.
En la actualidad, según el informe “Renewable Energy and Jobs” de la IRENA (International Renewable Energy Agency), ya existen alrededor de 11,5 millones de personas trabajando en empleos verdes, y se espera que esta cantidad se cuadruplique en las próximas décadas. De esta manera, la transición energética promete crear muchos más trabajos de los que puede llegar a destruir.
Además, la capacidad de generar riqueza de las energías limpias es considerablemente mayor a la de las tradicionales, más dependientes de una mano de obra no tan calificada y expuesta a situaciones de peligro (como los mineros que extraen carbón o los operarios de una plataforma petrolífera).
Invertir en transición energética es hacerlo por el futuro, un futuro en el que la tierra promete ser un lugar más seguro, limpio y habitable.
Conclusiones y perspectivas: ¿Qué sucederá en el futuro?
La transición energética se propone la titánica -pero fundamental- tarea de modificar la trayectoria dañina por la que venimos transitando desde hace 150 años. Lógicamente, al desplazar algunas fuentes de energía que han sido centrales para la humanidad en este período, descarbonizar el mundo tendrá consecuencias directas en cada rubro de la economía, y en la vida en general.
Lejos de caer en el pesimismo, estos cambios le abren las puertas a formas más sustentables y baratas de producir energía, además de crear millones de nuevos puestos de trabajo. Aunque se trate de un proceso largo -y seguramente repleto de dificultades-, la transición energética parece haber llegado para quedarse. Invertir en alternativas innovadoras y eficientes como la energía solar, geotérmica, eólica y nuclear (cada una con sus particularidades, por supuesto), significa invertir en el futuro, un futuro en el que la tierra promete ser un lugar más seguro, limpio y habitable.
Los beneficios económicos y ambientales que pueden obtenerse en el largo plazo ya llaman la atención de millones de inversores, quienes, expectantes, confían en que es posible combinar ganancias personales con mejoras globales.