El giro de timón que implicó el cambio en la fórmula presidencial del oficialismo dejó al mercado recalculando sobre si tenía que festejar o deprimirse. Es Argentina, de manera que podría darse el caso de “los dos a la final”. Más allá de esta potencial bipolaridad, lo cierto es que hay argumentos para uno u otro lado. 

Del lado eufórico están los que dicen que todos los candidatos con chance en estas elecciones son “pro mercado” y si bien De Pedro no tenía las fichas ganadoras, se elimina el riesgo de un gobierno camporista que apunte a la “matriz diversificada con inclusión social”, algo que nadie sabe definir, pero en la que nadie quiere arriesgar. 

Del lado negativo, Massa es visto como un candidato más competitivo que, aún perdiendo tiene capacidad de daño. Son varios los factores a considerar. Por un lado, el peronismo tiene más chances de retener la provincia de Buenos Aires. En segundo lugar, es esperable que el peronismo tenga ahora una mejor representación legislativa y entonces eso haga más difícil el consensuar las reformas que necesita Juntos por el Cambio, si gana, para normalizar y modernizar la institucionalidad de la economía argentina. En tercer lugar, se podría pensar que luego de una primarias más parejas no habrá chance de consensuar una transición ordenada en donde el gobierno saliente ayude a pagar algunos de los costos. Mientras el gobierno piense que tiene chances de ganar, seguirá acumulando desequilibrios. Y ahora que los incentivos están alineados, Massa no tendrá (¿alguna vez los tuvo?) los incentivos para no generar esos desequilibrios. 

En el medio de todo estas elucubraciones aparece el FMI. Hay una negociación en curso y hoy por hoy Massa parece necesitarla más que el FMI. Las reservas están en menos USD 2.000 M y todavía faltan un montón de pagos por hacer, incluyendo los intereses de los bonos soberanos.  El mercado va a girar en función de los rumores sobre el acuerdo. No tenerlo puede hacer que el gobierno no pueda llegar a las PASO y menos a las generales sin devaluar. 

De todas maneras, hay un costo político que el gobierno sí está pagando. Aun con inflación que desacelera, es difícil llegar a ganar elecciones con un piso de 6.5/7% mensual. En julio llegarán las facturas de electricidad a la clase media urbana, esa que votó por Macri en 2015, por Alberto en 2019 y que tiene que definir su voto en los próximos meses. El nivel de actividad no da nada para festejar. Es cierto que el primer trimestre del año fue mejor de lo esperado, pero las esquirlas de la sequía se sintieron más en el segundo trimestre. El comercio está bastante paralizado y la generación de empleo formal es más bien escasa. 

Finalmente, el crédito no para de caer. Las familias y firmas vienen siendo pagadoras netas del sector financiero. Es difícil que el consumo mejore en estas circunstancias. La única buena noticia viene por el lado de la recaudación que parece estar creciendo más que la economía de la mano de la digitalización de los pagos y eliminación de exenciones en retenciones de iva en importaciones. 

En síntesis, un panorama económico complejo que hoy pasa un poco bajo el radar por la espuma de las internas políticas y porque los flashes están con los cierres de listas, las declaraciones de los perdedores y ganadores del proceso. Pero ninguno de los problemas se ha solucionado y difícilmente lo haga en los próximos meses. 

Para eso tendremos que esperar al plan de estabilización del próximo gobierno. Una operación de máximo riesgo, pero imprescindible. Habrá que reducir el gasto público, con el costo político que eso implica para eliminar o casi eliminar el déficit. Habrá que acomodar el tipo de cambio. Hay muchos caminos para eso: puede ser un shock, un desdoblamiento o diversas combinaciones, pero que como condición necesaria deberá tener un dólar de exportación e importación que permita recuperar reservas, es decir mucho más alto que en la actualidad. Y eso también tiene costos. El tercer pilar será un set de reformas. No es claro cuál es la secuencia de esas reformas ni cuáles se pueden hacer de entrada y cuáles pueden soportar negociaciones. Pero no hacerlas hará que el Plan de estabilización sea con sacarina. 

La Argentina tiene muchas oportunidades en muchos sectores. Pero sin liderazgo político renovado, sin economía estable y sin un marco normativo más acorde con el siglo XXI será difícil pensar en temas como inversiones, productividad, desarrollo y otros sustantivos que lleven a ilusionarse.