Febrero cerró con una inflación mensual de 3,6%, que en enero había sido del 3,3%. Marzo suele ser un mes con mucha presión al alza de precios, por lo que es posible que siga acelerándose.
Si proyectamos estos niveles a todo el 2021, es muy probable que el año cierre con un aumento de precios de alrededor del 50%, muy lejano a la meta planteada por el gobierno. ¿Qué herramientas tiene el gobierno a mano para perseguir su meta?
La aceleración en los precios se debe en parte a que, en estos meses, los alimentos están aumentando fuertemente. El programa de precios cuidados 2020 atrasó mucho algunos precios, y tras haber deslistado a varios productos para el programa 2021, desde enero las empresas están aumentando fuerte para poner al día los precios. Resulta que 2020 registró aumentos de insumos muy importantes: por ejemplo, en el caso de las harinas, el gobierno autorizó aumentos a lo largo del año por alrededor del 20%, mientras que la suba del precio internacional del trigo sumado a la suba del tipo de cambio les incrementó los costos de materias primas por alrededor del 80% a las empresas con productos listados en el programa de la Secretaría de Comercio.
Como resultado, los márgenes se comprimieron hasta registrar pérdidas, por ejemplo, en harinas y aceites. La estrategia del gobierno de presionar a las empresas para que abastezcan al mercado de productos con márgenes negativos genera desabastecimiento, como vimos durante este verano en varias líneas de productos.
Es por ello que el uso de controles de precio será una herramienta insuficiente para controlar la inflación. Adicionalmente, quizás se incremente la fuerza en la pulseada para frenar aumentos tarifarios, contra la intención del ministro Guzmán que quiere que las tarifas aumenten en línea con la inflación. Los atrasos que van registrando las tarifas de servicios públicos deberán ser compensados de alguna manera. Guzmán se resiste a incrementar el gasto en subsidio porque busca mejorar el resultado fiscal. Pero si no se subsidia el diferencial entre tarifas y costos, será inevitable un ulterior deterioro en el servicio. Varios analistas temen que en 2021 suceda un poco de ambas cosas.
Finalmente, otra herramienta que el gobierno anunció que utilizará es el atraso del tipo de cambio oficial. En 2021, se había anunciado que el peso argentino se mantendría competitivo, es decir, que se intentaría devaluar al ritmo de la inflación para evitar que el país se encarezca medido en dólares, euros o reales. Pero el anuncio del verano fue un cambio en la política cambiaria, manifestando la intención que los salarios crezcan más que la inflación, y que el dólar aumente a menor ritmo que los precios. Si esto sucede, caerá el tipo de cambio real, es decir, se atrasará el tipo de cambio. La medida es una herramienta históricamente muy usada tanto para frenar la inflación como para mejorar el poder adquisitivo de los salarios, sobre todo en años con elecciones.
Pero ¿cómo funciona? Básicamente, estabilizar el tipo de cambio hace que los productos importados y que se exportan mantengan estable su precio en pesos. Si el tipo de cambio no aumenta, y si los precios internacionales permanecen estables (el mundo casi no registra inflación), entonces el precio de los productos exportables e importados no debería aumentar. Si el productor nacional aumenta los precios, los importados ganan mercado. Si quiere sobrevivir, el productor nacional debe frenar sus aumentos de precios. Si están aumentando sus costos, sencillamente el productor al no poder aumentar el precio de venta, comprime sus márgenes hasta que, si no reduce costos, se ve forzado a cerrar. Si bien esto genera desempleo, al inicio la reducción de la inflación deja de erosionar el poder adquisitivo del salario y mejora el consumo y la actividad, generando una sensación de mejora y mayor bienestar. Pero la clave está en que el atraso cambiario suele frenar exportaciones, que se vuelcan a abastecer el mercado interno, y aumenta importaciones.
Pero esta medida requiere que el Banco Central use reservas, que no tiene. Las necesita para poder ofrecer las divisas necesarias para cubrir la demanda de importadores. Si se recurre al expediente de frenar importaciones para sostener el tipo de cambio limitando el acceso al dólar oficial, como se está haciendo actualmente, lo único que se logrará es que los pocos importadores que consigan divisas ofrezcan los productos a precios de monopolio, quedándose con una renta extraordinaria. La medida no solo no frenará la suba de precios sino que deteriorará las cuentas externas.
Si bien en lo que va del año el BCRA ha podido comprar dólares en el mercado de cambio, las reservas casi no aumentan. Sucede que el Central utilizó los 1.500 millones de dólares que compró para vendérselos al Tesoro para que cumpla con pagos, para pagar a organismos multilaterales y para bajar el dólar bolsa. Se calcula que para estas operaciones habría destinado unos 400 millones de dólares para comprar bonos en dólares pagándolos con divisas, y de ese modo mejorando su paridad, y luego los vendió en pesos, bajando el precio en moneda local y absorbiendo parte de lo emitido. Como resultado de la baja del precio en pesos y la suba del precio en dólares, el tipo de cambio resultante disminuyó y bajó la brecha cambiaria, calmando expectativas.
Finalmente, el temor en el mercado es que el gobierno no logre reducir el déficit fiscal en este año de elecciones. Es verdad que aumentará la recaudación fiscal por la recuperación de la actividad, que se estima entre 5% a 7% por el fin de la cuarentena estricta. Pero también es verdad que hay mucha desconfianza que se pueda mantener los recortes en planes sociales, las tarifas en aumento a la par de la inflación para evitar pagar más subsidios, y los aumentos a jubilados y empleados públicos por debajo de la inflación o en línea con ella. Como es muy limitado el margen para financiar el déficit con bonos, se calcula que las necesidades de emisión del BCRA serán altas y que la base monetaria podría aumentar alrededor de un 60% (esterilizando con pases y Leliq más de la mitad de la emisión). Con tanta emisión, difícilmente los precios aumenten en línea con la meta anunciada por el gobierno.
En conclusión, 2021 se muestra un año con una amenaza de inflación importante. La emisión monetaria y la imposibilidad de aumentar la oferta de productos importados vía atraso del tipo de cambio real conspiran contra soluciones de más largo plazo. Estos desequilibrios macroeconómicos que impulsarán los precios, podrían ser transitoriamente paliados con atraso de tarifas y programa de gestión de precios, pero no son soluciones duraderas y generan inflación reprimida que tarde o temprano se manifiesta. Por otra parte, la recuperación de la confianza y poner en caja el déficit fiscal para bajar la emisión son componentes claves para poder combatir la inflación con alguna perspectiva de éxito. Quizás sea un desafío a encarar en 2022 en el marco de un acuerdo con el FMI, pasadas las elecciones.