Históricamente, los conflictos armados han sido una fuente de inestabilidad que genera movimientos bruscos en los mercados. La incertidumbre geopolítica, los riesgos para la seguridad y las consecuencias económicas de la guerra contribuyen a crear un entorno poco favorable para las inversiones.

En primer lugar, observamos los eventos geopolíticos más destacados de las últimas dos décadas, que involucran guerras y ataques terroristas. En dicha muestra, se observa que el S&P experimentó una caída promedio del -3%, con un total de 9 días hasta alcanzar el mínimo y 21 días para su recuperación. Una vez finalizado el conflicto, dicho índice logró recuperarse con una suba del 1,8% en el primer mes y generó rendimientos positivos en el semestre siguiente, logrando dejar atrás la influencia de los conflictos.

Actualmente, nos encontramos inmersos en el enfrentamiento entre Israel y Hamás, que de por sí no es el primer antecedente de este conflicto histórico que genera señales de alarma en Medio Oriente. Si se toman los últimos tres enfrentamientos entre ambos —en los años 2009, 2014 y 2021—, en promedio tuvieron una duración de 28 días, con una baja de apenas 0,5% en el S&P. También se registró una apreciación del dólar del 2,4%. A diferencia de lo que suele pensarse, el oro y el petróleo demostraron no ser buenos activos de refugio, con bajas del -1,1% y -4,3% en promedio, respectivamente. Lo que sí experimentó un alza del 2,2% fueron las empresas vinculadas a defensa y aeroespacial, beneficiándose de la situación.

En contraposición a lo que mostraron los episodios anteriores, la guerra que estamos viviendo entre Israel y Hamás muestra un S&P que viene subiendo un 1,3%, al igual que los commodities, en especial el petróleo y el oro. Es decir, no estamos viendo un impacto significativo en el equity, sino más bien un impulso positivo, con empresas energéticas experimentando una suba del 6%. Parecería ser que el mercado está más preocupado por la suba de tasas de la Fed y el futuro de la economía de EE. UU. que por los hechos ocurridos en el otro lado del hemisferio.  

Lo que sí podría generar cierto dramatismo es que, si bien Israel y Palestina no son grandes productores de petróleo, el mercado de hidrocarburos teme la posibilidad de una extensión regional del conflicto con posibles repercusiones en la producción petrolera iraní, en caso de que se apliquen sanciones por su apoyo a Hamás. Además, Irán representa una potencial amenaza nuclear y, como respuesta, podría afectar el suministro global de petróleo, dado que aproximadamente el 20% del petróleo mundial y el 25% del consumo de gas natural pasan por el estratégico estrecho de Ormuz.

En caso de que se dé esta situación, aumentaría la volatilidad en los precios del petróleo y podría tener consecuencias económicas significativas, especialmente para aquellos países importadores de petróleo, como China y partes de Europa. En medio de esto está EE. UU., que busca contrarrestar la amenaza nuclear de Irán, pero al mismo tiempo evitar una escalada en los precios del petróleo, ya que esto podría tener consecuencias negativas para la economía estadounidense y afectar las perspectivas de reelección de Biden. 

Si bien no sabemos cómo se desarrollará la guerra, podría existir riesgo de un impacto en los mercados en caso de que escale a nivel internacional. En síntesis, hasta el momento parece que la crisis en Medio Oriente tiene una baja repercusión tanto en las acciones como en los commodities. Sin embargo, la sensibilidad del mercado estará sujeta a la duración del conflicto, la intensidad de las hostilidades y las posibles ramificaciones internacionales. Veremos si este conflicto es la excepción a la historia, donde en promedio las guerras han tendido a generar incertidumbre y volatilidad.