A lo largo de la historia mundial se han producido experiencias de epidemias graves. En particular para el caso argentino, se destaca la fiebre amarilla hacia 1870, con un impacto muy significativo principalmente sobre la población porteña y los efectos sobre la reconfiguración de la sociedad. También fue importante la epidemia de cólera durante la guerra con Paraguay.
Paradójicamente, la epidemia actual se presenta en un escenario de reconfiguración de la geopolítica mundial. El lugar en el que se inició esta pandemia, China, es una de las democracias contemporáneas bajo sospecha. Se encuentra en una fase de transición de poder con Estados Unidos, lo que generó un conflicto comercial bajo Trump y disputas por el avance tecnológico chino como el desarrollo de la conexión 5G.
En ese marco, falla el multilateralismo y las instituciones que deberían generar coordinación entre los países. Ámbitos como el G20, Naciones Unidas y la propia OMS, se presentan con poco liderazgo social. Esas fallas se hacen más evidentes debido a que diversos analistas internacionales venían planteando que las amenazas mundiales para el siglo XXI estarán determinadas por las guerras, el calentamiento global y las pandemias. Más aún, personalidades como Bill Gates y los ex presidentes Bush y Obama, venían advirtiendo por la eventualidad de una crisis sanitaria como la que se inició en China a principios del 2020.
Sin dudas, uno de los aspectos seriamente afectados por la pandemia COVID-19 y el consecuente confinamiento social, es la economía mundial. En el plano económico, esta crisis desconectó a la población con el circuito productivo, generando una disrupción en gran escala sobre la oferta agregada y, por lo tanto, fuertes restricciones sobre el ingreso y la demanda en 2020. En este sentido, de acuerdo al Fondo Monetario Internacional (FMI), las perspectivas de crecimiento económico mundial son de una recuperación general de 4%, después de una caída equivalente en el año 2020. No obstante, para el año 2021 la recuperación es auspiciosa a modo de rebote, aunque supone un arrastre estadístico y no crecimiento genuino. Entre puntas, las economías no crecen tanto.
De acuerdo al FMI, las perspectivas de crecimiento económico mundial son de una recuperación general de 4%, después de una caída equivalente en el año 2020.
En efecto, la pandemia mundial generó una crisis de oferta y demanda que se refuerza y amplifica en gran escala. La crisis no es financiera como en el año 2008.
En el caso de nuestro país, el escenario se presenta complejo. Tenemos un verdadero estrés en el sistema sanitario público, el cual está impulsando a bajar la circulación. Por otra parte, el desafío de la pandemia se choca con restricciones estructurales de presupuesto. No se presupuestó el IFE para este año y la población vulnerable lo estaría necesitando. Un aspecto muy particular en la economía argentina es la notoria falta de recursos fiscales y monetarios, lo cual hace que haya poca munición para contrarrestar esta recesión. En Argentina se destinaron recursos durante 2020 que representan el 3% del PBI, mientras que en otros países de la región los recursos representaron 10%, y en países europeos ese monto estuvo cercano al 15%.
Se retira la marea y se ve la basura acumulada, en nuestro caso macrocefalismo, como lo descripto por Martínez Estrada en el libro La Cabeza de Goliat. Concretamente, en el 0,5% del territorio nacional tenemos un tercio de la población, informalidad urbana que supone un alto nivel de volatilidad en los ingresos, distribución del ingreso desigual con falta de acceso a las tecnologías. Ciertamente, una problemática histórica, en particular para el área educativa con sus efectos en la fuerza laboral. En Argentina, de acuerdo a los trabajos de un economista del Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales (CEDLAS) solo un cuarto de la sociedad puede trabajar en forma remota.
La tensión entre economía y salud es un clásico, lo que tenemos que tener en cuenta es que esto no constituye un problema a optimizar, sino la tensión de dos valores; por un lado, la vida y, por el otro, el sistema recursos y sustento para la vida cotidiana, que es la economía. Difícil conciliación, si bien hay ejercicios de optimización con las llamadas cuarentenas inteligentes. Esa tensión se circunscribe en el contexto de que en nuestro país la recesión fue de 10% mientras que la recuperación claramente no sea en V, sino más moderada similar a una forma Nike.
La tensión entre economía y salud es un clásico. Es la tensión de dos valores: por un lado, la vida y, por el otro, el sistema recursos y sustento para la vida cotidiana, que es la economía.
Por lo tanto, la pospandemia es clave, durante la crisis se puede hacer mucho, pero la gestión del día después es determinante. Se requiere una salida política con liderazgo, un plan fiscal y monetario coherente, impulso a las exportaciones y evitar un intervencionismo estatal excesivo. Es clave, a su vez, la gestión sobre cómo moderar el crecimiento de la inflación asociado a la alta emisión, para dar contención social.
Estas líneas fueron escritas a comienzos de la supuesta segunda ola. Estamos en un proceso de crisis histórica que está en marcha en la cual nuestro planeta es un laboratorio social donde se está construyendo el libreto en el mismo escenario de los hechos. Lo más lamentable de los políticos nacionales es que no hayan asegurado, como ocurrió en otros países, la dotación de vacunas. Claramente debería ser la prioridad en la agenda de los gobernantes poner todos los medios para hacerlo. Ojalá las urnas capten esta inoperancia y dejadez. El gobierno hace campaña con la vacunación pero se le escapó la tortuga y llegó tarde con solo 3 millones de segundas dosis al invierno. El replanteo del sistema de salud en este momento es demencial, hay que hacer foco y no dispersarse. Es un elemento más, si bien el sector está muy fragmentado y es muy ineficiente, de posturas ideológicas como la de Vicentín, restricción a la exportación de carne, expropiación de terrenos en Avellaneda. Es la ideología que explica en parte el deterioro institucional y productivo del país de los últimos quince años, esto es en los tres períodos donde de derecho o de hecho gobernó CFK.