La noticia económica más saliente de las últimas semanas fue, sin dudas, la inflación de los EE.UU, que en marzo fue de 1,2%, acelerándose respecto del 0,8% de febrero y llegando a tocar un 8,5% en los últimos 12 meses, el dato más alto desde 1981. Un nivel similar se espera para los países emergentes y en desarrollo. En el área Euro también se aceleró, pero, como es usual, a un nivel menor cercano al 6%. El FMI espera que en los países desarrollados caiga al entorno de 2% y en los emergentes al 5,5%. Desde hace meses anticipamos esta aceleración de la inflación acentuada, es cierto, por la invasión de Rusia a Ucrania. Seguimos creyendo que las decisiones de la Reserva Federal han sido tardías y escasas y, casi seguramente, en su próxima reunión, del 3 y 4 de mayo próximos seguirá subiendo las tasas, como lo señaló en el comunicado del pasado marzo, en coincidencia con lo que pensaban muchos de los integrantes de la Reserva Federal.
Más aun, considerando que, en el cuarto trimestre de 2021, el PIB de los EE.UU creció a una tasa anualizada del 6,9%. Coherentemente, la Reserva Federal anunció que reduciría sus masivas tenencias de bonos del tesoro, a un máximo de 95.000 millones de USD por mes, procurando así reducir el crédito disponible en la economía.
La creación de empleos en marzo cayó en marzo a 431.000, bastante menos que los 750.000 en febrero. No obstante, la tasa de desempleo cayó 0,2, a 3,6%, probablemente por una menor oferta de trabajadores, será en parte compensada con el crecimiento anual de los salarios (5,1% por hora).
Las proyecciones del FMI de abril 2022, que ya incluyen algunos de los efectos de la invasión de Rusia a Ucrania (Cuadro 1), empeoraron para este año y el próximo salvo, para América Latina, sobre todo por las commodities de Argentina y Brasil. El mundo crecería 4,4% en 2022 (cayendo del 5,9% en octubre pasado), y sólo 3,8% en el 2023. El aumento del PIB global en el cuatrienio 2020-2023, caería a 2,7%. No está mal, dada la caída del 2020 por la pandemia, pero sí es bajo comparando con la pre-pandemia. Para la Argentina el FMI corrigió fuerte al alza, ubicando a nuestro país en un crecimiento superior al de América Latina (1,8% anual en 2020-23, el menor de los grupos del cuadro), y más que Brasil y Méjico. Hay que seguir esto con atención, porque podríamos estar en una nueva década perdida para la región o la mayoría de sus países.
En el cuadro 2 vemos que el dólar está relativamente firme, pero en este mes se destacan la caída de las bolsas y el alza de los commodities. Los tres fenómenos están impulsados por la guerra de Rusia contra Ucrania, a partir de la invasión rusa. Quizás anticipando una desaceleración de la economía global, muchas bolsas dejaron atrás un largo período de subas, a nuestro juicio excesivas, y cayeron, aunque no dramáticamente. Cabe recordar que, además, acecha una gigantesca deuda global, pública y privada, que supera, por primera vez, el 350% del PIB mundial.
La evolución de la economía mundial, y de nuestra Argentina tan vulnerable, dependerá en gran medida de la resolución de la guerra desatada por Rusia y de la eficacia y, en menor medida, la velocidad de difusión de las vacunas, aun contra nuevas cepas cuyas noticias recientes son positivas.
La gran novedad de la Argentina es el acuerdo logrado con el FMI. No es el final de nada sino el inicio de una negociación permanente, al menos trimestre a trimestre. En una mirada de mediano y largo plazo, la Argentina necesita acuerdos básicos que todavía no se avizoran. Seguimos jugando a las grietas y reacios a acordar. Por cierto, el distanciamiento del “albertismo” y el “cristinismo” podría dar lugar a acuerdos imprescindibles, pero no es seguro.
Hace años que en esta columna sostenemos que sin acuerdos básicos será muy difícil, o imposible, dejar atrás la década sin crecimiento sostenido, transcurrida desde 2012 y la decadencia relativa, mucho más larga, de cerca de sesenta años. El ingreso per cápita de nuestro país ha caído desde un ranking próximo al vigésimo a principios de los setenta del siglo pasado, hasta el sexagésimo puesto en la actualidad (sic).
Insistimos hasta el cansancio que tener y mostrar un rumbo claro es esencial, pero la Argentina va en dirección contraria y pocas veces ha sido tan confuso nuestro ¿quo vadis? Esta carencia de rumbo impide maximizar la calidad y cantidad de las inversiones en capital humano y en capital físico, para así crear todos los empleos productivos necesarios para erradicar la pobreza y reducir, más lentamente, la desigualdad. Dejando atrás el riesgoso baile en el Titanic, hay que buscar acuerdos como los que ayudaron a salir de parecidos atolladeros, en el siglo pasado, a España en los setenta, a Israel en los ochenta, a Chile en los noventa y, ya en el siglo XXI, a Sudáfrica en los 2000.