Como anticipamos aquí, los temblores vividos en las dos últimas semanas eran previsibles, dadas las excesivas subas de los mercados en los últimos años y el impulso de artificialmente bajas tasas de interés, mantenidas durante demasiado tiempo. Así se sorteó la pandemia, la recesión del 2020 y, en menor medida, la invasión de Rusia a Ucrania. Lo hicieron, sin embargo, a costa de una inflación creciente en casi todo el mundo occidental, incluyendo a los EEUU y, en menor medida, según es costumbre, también a Europa. La caída desde los máximos de acciones en EEUU se acerca al 30%. A esto se agregarían políticas más eficaces para reducir el cambio climático, con impacto probablemente negativo para el crecimiento futuro.
En el plano estrictamente económico se destaca la alta inflación en los EEUU, impulsada en gran parte por el retraso de la Fed en subir sus tasas, como lo hemos dicho desde hace tiempo. El resultado fue llevar allí la inflación anualizada a cerca del 9%. En mayo, el IPC saltó 1% mensual y llegó al 8,6% interanual, un record de 40 años. En tardía respuesta, quizás para mostrar que está dispuesta “a todo”, el 15 de junio la Reserva Federal aumentó 75 puntos básicos su tasa de interés de política monetaria.
Una luz amarilla vino también con el empleo, que aumentó en mayo a tasas decrecientes. Así, los puestos privados crecieron 330.000, muy por debajo de los últimos meses. Sin embargo, la tasa de desempleo se mantuvo en 3,6%, por menor oferta.
Las proyecciones del FMI de abril 2022, que ya incluyen algunos de los efectos de la invasión de Rusia a Ucrania (Cuadro 1), empeoraron para este año y el próximo salvo, para América Latina, sobre todo por el alza de las commodities de Argentina, Brasil y Paraguay. El mundo crecería 4,4% en 2022 (bajando del 5,9% en octubre pasado), y sólo 3,8% en el 2023. El aumento del PIB global en el cuatrienio 2020-2023, caería a 2,7%. No es poco, dada la caída del 2020 por la pandemia, pero sí lo es bajo comparando con la pre-pandemia. Para la Argentina el FMI corrigió fuerte al alza, ubicándolas en un crecimiento superior al de América Latina (1,8% anual en 2020- 23, el menor de los grupos del cuadro), y más que Brasil y Méjico.
En el cuadro 2 vemos que, previsiblemente, el dólar se afirmó fuertemente. De modo acorde, cayeron la mayoría de las monedas, salvo el dólar y las bolsas, éstas luego de subas excesivas; la mayoría de las commodities aumentaron fuertemente. Como insistimos casi siempre, no hay que omitir, en fin, los peligros que conlleva la gigantesca deuda global, pública y privada, que supera, por primera vez, el 350% del PIB mundial. En ese marco, será más difícil tomar deuda para evitar o moderar la recesión global en ciernes.

El contexto global mencionado, ayudará a la Argentina por los altos precios de los commodities, principalmente la soja. Como dijimos en el número anterior, la gran novedad para nuestro país es el acuerdo logrado con el FMI. Aunque no es el final de nada sino el inicio de una negociación permanente, al menos trimestre a trimestre, pondrá diques de contención de las excentricidades que promueve el ala K del gobierno. En una mirada de mediano y largo plazo, la Argentina necesita acuerdos básicos que todavía no se avizoran. Seguimos jugando entre las grietas y reacios a acordar. El distanciamiento del “albertismo” y el “cristinismo” no parece dar lugar a acuerdos imprescindibles, al menos todavía. Hace mucho tiempo que en esta columna sostenemos que sin acuerdos básicos será muy difícil, o aun imposible, dejar atrás la última década sin crecimiento sostenido, transcurrida desde 2012 y la decadencia respecto de otros países, que ya ha cumplido sesenta años. El ingreso per cápita de nuestro país ha caído desde un ranking cercano al vigésimo a principios de los setenta del siglo pasado, hasta debajo del sexagésimo puesto en la actualidad.
Insistimos hasta el cansancio que tener y mostrar un rumbo claro es esencial, pero la Argentina va en dirección contraria y pocas veces ha sido tan confuso nuestro ¿quo vadis? Esta carencia de rumbo impide maximizar la calidad y cantidad de las inversiones en capital humano y en capital físico, para así crear todos los empleos productivos necesarios para erradicar la pobreza y reducir, más lentamente, la desigualdad. Tal es una de las principales conclusiones del proyecto Productividad Inclusiva, en marcha hace más de dos años en el IAE y en la Facultad de Ciencias Empresariales, ambos de la Universidad Austral.
Evitando el riesgo de seguir bailando en el Titanic, hay que buscar acuerdos como los que permitieron salir de parecidos atolladeros, en el siglo pasado, a España en los setenta, a Israel en los ochenta, a Chile en los noventa y, en el siglo XXI, a Sudáfrica.