La incertidumbre y la consecuente volatilidad de los mercados son los signos de estos tiempos, marcados, en seguidilla, por la pandemia y la invasión de Rusia a Ucrania. La pandemia amenaza con volver, aunque en un contexto de menor gravedad por la amplia presencia de vacunas, y la guerra puede ser más larga y amplia, al involucrarse más los países de Occidente. A esto se agregarían políticas más eficaces para reducir el cambio climático, con impacto probablemente negativo para el crecimiento.
En el plano estrictamente económico se destaca la alta inflación en EEUU y en otros países, principalmente causada, como acertadamente tituló The Economist “The Fed that failed”. Hemos dicho desde hace tiempo que la Reserva Federal postergó en demasía el aumento de sus tasas de interés, al tremendo costo de llevar la inflación anualizada en EEUU a cerca del 9%. En vez de reconocer su fracaso, el presidente de la Fed, Jerome Powell, dijo que no está en sus planes, por ahora, dar un salto grande en las tasas.
El IPC de abril se desaceleró levemente (de 8,5% a 8,3% anual). Sin alimentos ni energía, esta “inflación núcleo” creció 6,2% en el último año, pero, anualizando abril llegó a 7,4. Por su parte, el empleo aumentó en abril igual que en marzo, 428.000 puestos, una performance mediana y más aún por registrar menos creación de empleo privado que en marzo. En fin, para tener en cuenta y monitorear, el PIB, que había terminado el 2021 con un crecimiento de 6,9%, cayó 1,4% en el primer trimestre de 2022, claramente, un mal dato.
Las proyecciones del FMI de abril 2022, que ya incluyen algunos de los efectos de la invasión de Rusia a Ucrania (Cuadro 1), empeoraron para este año y el próximo salvo, para América Latina, sobre todo por las commodities de Argentina y Brasil. El mundo crecería 4,4% en 2022 (cayendo del 5,9% en octubre pasado), y sólo 3,8% en el 2023. El aumento del PIB global en el cuatrienio 2020-2023, caería a 2,7%. No está mal, dada la caída del 2020 por la pandemia, pero sí es bajo comparando con la pre-pandemia. Para la Argentina el FMI corrigió fuerte al alza, ubicando a nuestro país en un crecimiento superior al de América Latina (1,8% anual en 2020-23, el menor de los grupos del cuadro), y más que Brasil y Méjico. Hay que seguir esto con atención, porque podríamos estar en una nueva década perdida, o cerca, para la región o la mayoría de sus países.
En el cuadro 2 vemos que, previsiblemente, el dólar siguió afirmándose. De modo acorde, cayeron la mayoría de las monedas, salvo el dólar, las commodities, luego de grandes subas y todas las bolsas registradas en el cuadro. No hay que omitir, en fin, los peligros que conlleva la gigantesca deuda global, pública y privada, que supera, por primera vez, el 350% del PIB mundial.
El contexto global mencionado, ayudará a la Argentina por los altos precios de los commodities, principalmente los alimentarios. Pero la gran novedad del país es el acuerdo logrado con el FMI. No es el final de nada sino el inicio de una negociación permanente, al menos trimestre a trimestre, como ya se está viendo. En una mirada de mediano y largo plazo, la Argentina necesita acuerdos básicos que todavía no se avizoran. Seguimos jugando entre las grietas y reacios a acordar. Por cierto, el distanciamiento del “albertismo” y el “cristinismo” podría dar más lugar a acuerdos imprescindibles. Hace mucho tiempo que en esta columna sostenemos que sin acuerdos básicos será muy difícil, y hasta imposible, dejar atrás la última década sin crecimiento sostenido, transcurrida desde 2012 y la decadencia relativa, mucho más larga, de cerca de sesenta años. El ingreso per cápita de nuestro país ha caído desde un ranking cercano al vigésimo a principios de los setenta del siglo pasado, hasta debajo del sexagésimo puesto en la actualidad (sic).
Insistimos hasta el cansancio que tener y mostrar un rumbo claro es esencial, pero la Argentina va en dirección contraria y pocas veces ha sido tan confuso nuestro ¿quo vadis? Esta carencia de rumbo impide maximizar la calidad y cantidad de las inversiones en capital humano y en capital físico, para así crear todos los empleos productivos necesarios para erradicar la pobreza y reducir, más lentamente, la desigualdad. Evitando el riesgo de seguir bailando en el Titanic, hay que buscar acuerdos como los que ayudaron a salir de parecidos atolladeros, en el siglo pasado, a España en los setenta, a Israel en los ochenta, a Chile en los noventa y, en el siglo XXI, a Sudáfrica en los 2000.