En los últimos días hubo cierto debate en las redes sociales sobre los pronósticos apocalípticos de los economistas no oficialistas: ninguno plantea un escenario en el que la macro no “explote”; las diferencias se plantean sólo en cuanto a cómo y cuándo va a ser la explosión, de qué manera se van a sincerar el tipo de cambio y las tarifas (si gradualmente o con un “rodrigazo”), si es con acuerdo con el FMI o sin acuerdo, etc.
La pregunta que se hacen algunos es, entonces, si no estarán dejando de ver la posibilidad de que al gobierno le vaya bien, y la macroeconomía no explote, sino más bien que mejore: con crecimiento económico (ya alcanzados en 2021 los niveles prepandemia), una inflación relativamente estable en la magnitud actual, un acuerdo con el FMI para refinanciar los pagos a ese organismo, rollover del resto de la deuda en pesos y dólares, reservas en lenta recuperación, pobreza y desempleo en proceso de leve baja, etc.
¿Es posible un escenario así? Alguno podría decir que sí, sobre todo teniendo en cuenta la ya demostrada capacidad de los gobiernos k de postergar los problemas para que nunca les exploten en sus manos, y de contar con viento de cola (buenos precios internacionales de commodities y clima han logrado récord de exportaciones agroindustriales). La mayoría, por el contrario, dirá que no: los procesos que generarán la explosión ya no se pueden detener; por lo tanto, es inevitable algún tipo de cataclismo o ajuste violento de las variables distorsionadas. Estos últimos se apoyarán en la historia económica argentina para mostrar que siempre, siempre, el costo de los atrasos tarifarios y cambiarios, así como el excesivo déficit fiscal, termina pagándose con correcciones violentas y, en algunos casos, con hiperinflaciones, no planeadas ni administradas por el gobierno de turno (ver gráfico).
En realidad, ambas posturas son compatibles, si las planteamos de otra manera: en realidad, lo que algunos definen como que “le vaya bien al gobierno” no es una situación en la que se consigan buenos resultados económicos como fruto de aplicar medidas correctas y probadas en otras latitudes, que se saben efectivas a largo plazo (promoción de la iniciativa privada y las inversiones, menor presión tributaria para los actores de la economía formal, modernización de la legislación laboral, incentivos correctos para el consumo y la producción de energía, equilibrio en las cuentas fiscales, etc.).
En este caso, para que “le vaya bien al gobierno” alcanzaría con que no haya un estallido social, ni una hiperinflación, ni un colapso del sistema financiero. Nada más. No pidamos mercado único y libre de cambios, ni baja de impuestos y gastos, ni menor nivel de regulación del Estado. Sólo que no haya caos: le perdonaremos una inflación como ningún otro país tiene, salvo Venezuela, así como cualquier número de tipos de cambios distintos, y controles de exportaciones, importaciones, precios, etc. Eso sí, que haya “platita” en la calle para mover el consumo y el turismo interno, para que a muchas empresas y cuentapropistas les vaya bien, tomen más personal; y así, de a poquito, sube el PBI, aumenta la recaudación en términos reales, topeteamos un poquito el gasto y baja el déficit fiscal en porcentaje del PBI, baja algo la pobreza y el desempleo. Con este esquema, se cumpliría el escenario no previsto por casi ningún economista, no sólo evitándose la explosión macro sino además aumentando mucho las chances de que el Frente de Todos gane nuevamente la presidencia y la provincia de Buenos Aires en 2023.
Desde ya que no llamaríamos a esto una “economía sana”, ni parece que sea un modelo sostenible a largo plazo, como para salir del subdesarrollo y de verdad solucionar el problema de la pobreza. Para eso haría falta hacer una convicción ideológica y una voluntad de hacer correcciones (que afectarían en el corto plazo la capacidad de consumo de la clase media y baja y, en cambio, generarían incentivos para fomentar el ahorro y la inversión) que jamás hará un gobierno K. Esa sería tarea de Juntos por el Cambio, o de los liberales, si llegaran a ganar en el 2023. Ahí sí que levantaremos la vara, y les pediremos baja de impuestos, aumentos de jubilaciones, déficit cero, libre dólar y todo lo demás, sin retenciones y sin aumentar mucho las tarifas. La vara suiza será implacable, desde la profesión económica hasta los grupos de medios “concentrados”.
Tienen razón, entonces, ambas posturas del debate: hay muchas chances de que al gobierno actual le vaya relativamente bien (vara latinoamericana populista), sin colapso hasta el 2023; pero también es muy factible (casi inevitable) que haya una explosión, lo que pasa es que sucederá en el próximo gobierno, que con bastante probabilidad sea de la coalición alternativa (vara suiza). Y así, más tarde o temprano, se vuelve al período del populismo económico y político. El loop interminable en el que estamos hace 70 años.
Dicen que un optimista es un pesimista al que le faltan datos. Pero cabe una lectura optimista: tal vez, alguna vez, el costo político de hacer las correcciones necesarias no sea incompatible con ganar elecciones. Para lograr eso haría falta no sólo idoneidad política y técnica, sino también saber comunicar muy bien (sobre todo al diagnosticar la gravedad de la situación), no dar falsas expectativas (segundos semestres) y luego acompañar cada medida y etapa del proceso de cambio con las explicaciones y paliativos necesarios. Como Churchill convenció a los británicos de que iban a ganar la guerra, pero con sangre, sudor y lágrimas. ¿Será posible que nuestro mejor escenario sea parecido al de un país inmerso en la más terrible de las guerras?