Estamos entrando en la definición de las elecciones de medio término. Son relevantes porque el kirchnerismo puede ser muy lastimado en los comicios del 14 de noviembre, y eso puede plantear el clima para un cambio de gobierno en dos años. Cambiemos tiene una gran oportunidad y responsabilidad de rectificar lo hecho en su gobierno que fue pobre en la macro, a pesar de logros evidentes en otros campos.

La economía sigue muy distorsionada, y no se va a resolver este ambiente de desconfianza mientras Cristina Kirchner siga liderando el país, escenario más probable dado que nuestro régimen no es parlamentario. En otro país, como dice Juan Carlos de Pablo, el gobierno hubiese cambiado. La vocación de poder de Cristina con un voto incondicional del 20% es funcional a poder liberarse de las causas potenciales de corrupción que fue arrastrando su matrimonio político desde el año 2003 sumando en el barco a sus dos hijos.

La inflación del año que viene superará el 60% y el producto crecerá en torno a cero. El arreglo con el Fondo está muy incierto. Guzmán quiere avanzar pero está condicionado por la vocación de retraso representada por la línea ideológica de Máximo Kirchner. El Ministro Guzmán se acomoda y no se planta, es funcional al poder. Sería bueno que surja un acuerdo razonable, algo parecido a un sendero macroeconómico, no sería un plan pero puede dar balizas que orienten este camino tan difícil hasta las elecciones del 23.

Hoy estamos en un régimen económico muy precario que desalienta al sector privado, es la constante del kirchnerismo intervencionista y discrecional. Ese exceso de estatismo ineficaz alimentó el voto liberal, si bien es claro que la izquierda le ganó al liberalismo en la elección general. El desempeño electoral del liberalismo es una reacción, equivalente al fracaso del radicalismo en el poder en los 80,  tan lejano a los intereses empresarios que facilitó que Menem oriente la economía hacia el neoliberalismo en un giro quizás demasiado violento para una tradición europea en lo social desde Yrigoyen en 1916.

Si el oficialismo quiere conservar el poder debería modificar el rumbo de la economía, violando el código genético del kirchnerismo. No obstante, ese cambio es poco probable. Lo más esperable es el vamos por todo ganen o pierdan el 14 de noviembre. La licuación de poder  del Presidente, que fue un  jefe de gabinete moderado, racional y que manejó la campaña de quien hubiera vencido a Menem en la segunda vuelta, es el hecho más importante hasta el 2023. Manzur aparece como el primer ministro que quería Alfonsín en el Pacto de Olivos, esperemos lo haga bien, mantenga gobernabilidad y pueda moderar las presiones inevitables de Cristina. Los políticos que conducen el gabinete actual poseen, en promedio, muy baja imagen. Pueden asegurar gobernabilidad y volumen porque conocen mejor los resortes maquiavélicos del poder luego de un gabinete muy inexperto y de pocas convicciones con el que arrancó Alberto Fernández.

Podría Cristina seguir a cargo del poder en 2023 si lograse poner los medios para terminar con el cepo, si plantease un plan de estabilización moderada que apunte a llegar al 2023 con 20% de inflación, si se  desvincula de la afiliación patológica  con Venezuela y Cuba, si nombra un ministro de economía con mucha reputación en el círculo rojo y en el exterior dándole mucho poder para que actúe, como una suerte de superministro con el esquema de Cavallo o Lavagna, y si arregla rápido con el Fondo.

Es difícil hacer pronósticos cuando 32 encuestadoras se equivocaron en la primera vuelta pero pareciera que es complicado dar vuelta las elecciones  con la propuesta del consultor catalán de moderar a Tolosa y no polarizar con Macri como el archienemigo. Las heladeras van a ayudar y la emisión de dos millones de pesos por minuto  que hace la casa de la Moneda también sumará votos, pero no alcanza. No veremos la gran Rodríguez Saá que se usó en San Luis con el esquema histórico de regalar bienes financiados por los impuestos del pueblo y que inauguró demagógicamente Eva Perón en 1946, iniciando el populismo.

Estamos en un ambiente político que quiere castigar al gobierno. Los votos de Cambiemos son casi los mismos aunque la gente no se entusiasma mucho con Cambiemos. El electorado quiere plebiscitar en esta elección protestando como en los años 1983, 1989, 1999 y 2003, votando más en contra que a favor. El peronismo que tuvo muchos fracasos de gestión  desde 1945 a la fecha presenta, reconociendo que la pandemia fue un shock de una enorme adversidad sobre la cual Macri quizás no hubiese aguantado por la protesta social, la actual administración es de bajísima calidad. Los peronistas valiosos están en su mayoría fuera del Frente de Todos, con excepciones naturalmente.  Un peronismo unido, moderno y  de centro (¿será posible?) que funcione 7 sobre 10 es imbatible en el cuarto oscuro, ahora camina 2 sobre 10 y, así todo, sacó 30%.

Existen desafíos de corto plazo como  es transformar los planes en empleo genuino. Es voluntarismo puro en un esquema  productivo sin la  reforma  laboral que claman las pymes con tantos empleados en negro que desfinancian la seguridad social. Hace falta que pierdan  poder  los sindicatos, extraordinaria institución del capitalismo solidario,  que en nuestro país se caracteriza por la  corrupción con una dirigencia oligárquica que no se renueva y se enriquece con la plata del pueblo.

Es inevitable una devaluación importante en el primer semestre del año que viene que puede alimentar aún más la inflación a pesar de que el cepo contiene al dólar. El consumo no va aumentar porque el salario real está muy deteriorado,  la inversión va a menos y las exportaciones pueden mejorar pero son insignificantes en el PIB, su ratio es de los más bajos de América latina desde la época de Frondizi.

Para las empresas hay que estar flexibles hasta el 2023, para la clase política la clave es evitar una crisis económica que todavía no se desató. Con una crisis severa el kirchnerismo sale del portfolio electoral. Cerrar algo razonable con el FMI sería interesante. Si la sociedad sigue apoyando al kirchnerismo no vamos a Venezuela y Cuba, países conducidos por militares y en el nuestro el Ejército no vuelve más a la Casa Rosada, pero seguirá creciendo la pobreza, la inflación y los proyectos de los chicos de abandonar el país.

La clase política es importante pero mucho más relevante es una sociedad madura y con secundaria completa que no sea carne del clientelismo, de la demagogia y de  prácticas de corrupción naturalizadas a todo nivel donde las empresas muchas veces son cómplices del poder municipal, provincial o federal de turno. Esta sociedad madura debe ser orientada por el liderazgo de la clase dirigente empresarial que suele ser muchas veces funcional  a los gobiernos  para mantener su supervivencia, el empleo  y la rentabilidad. Hay excepciones, el campo fue una de a ellas en el 2008 cuando frenó la 125 de Lousteau en el Congreso y en la calle.

Esta sociedad que se unió en 1983 bajo el liderazgo de Alfonsín debe recrear un pacto cívico para reinventarse después de 50 años de involución. Lo mejor  de la sociedad, la elite,  la meritocracia, las mujeres más preparadas y los varones más capacitados como ocurrió en la generación del 80, deben ir de lleno a la política y sería deseable mucha militancia juvenil en todo el arco ideológico desde la izquierda extrema hasta la derecha libertaria, en esta sociedad tan individualista y pasiva que no exige sus derechos y no reclama su ownership. Desde el sector privado se puede influir y mucho, pero no es suficiente,  la transformación desde Aristóteles para aquí se hace desde la política con mayúscula, la profesión de más sublime caridad según Pio 12.