Históricamente nuestro país ha tenido memorables crisis económicas, que han sido el resultado de políticas en un principio correctas, o bien, medidas que transitaron hacia caminos insostenibles, pero que en sus inicios se las observaba sin alarmas.

Desde los inicios de la globalización financiera, los países de América Latina han soportado un contexto poco favorable en materia de financiamiento y comercio. La internacionalización del capital y la apertura financiera experimentados desde principios de los `80 ciertamente se generó en un contexto de dudoso acondicionamiento de la estructura productiva del país, es decir, las modificaciones de la estructura macroeconómica indujeron mutaciones estructurales tal como argumentaban Fanelli y Frenkel (1994). En efecto, cualquiera sea la tipificación de ese o esos desbarajustes, el contexto macroeconómico es per se importante debido a que posee entidad causal suficiente como para condicionar las decisiones individuales de los agentes de todo el complejo económico. Así, la modificación del perfil productivo durante los últimos diez años del siglo XX, dio origen a un cambio radical en las relaciones económicas domésticas y con el exterior.

No hay dudas del sesgo de permanencia de la descoordinación de la política económica en los períodos anteriores a los hechos críticos. Estas condiciones llevaban inevitablemente a un escenario desfavorable para los contratos tanto de corto y largo plazo. El incumplimiento directo e indirecto de obligaciones contractuales es uno de los factores mediante los cuales se infiere un marco institucional deficitario más amplio aún que el de inicio. Una configuración que se retroalimentaría con el paso del tiempo y que se plantea como un hecho estilizado.

Marco de la crisis

Luego de un período de crecimiento de la producción (1991-1994) pero con dificultades debido a la crisis mexicana y su transmisión denominado Efecto Tequila hacia finales de 1994, en 1998 se comenzó a transitar por una senda de desaceleración y posterior recesión económica. A partir de ese año la Argentina soportó una serie de eventos desafortunados que la trasladaron, junto con las políticas desacertadas, hacia una senda de fuerte inestabilidad. Principalmente, la moneda doméstica comenzó a apreciarse respecto de sus principales socios de comercio, esto indujo una pérdida de competitividad respecto al comercio con sus consecuencias sobre la cuenta corriente del Balance de Pagos y el aumento en la restricción de financiamiento externo. A su vez, se produjo una gran reducción en los términos de intercambio.

El sistema de tipo de cambio rígido se había transformado en un cepo sobre la gestión de política monetaria. Luego de años en funcionamiento, la economía había perdido competitividad principalmente por la apreciación real del tipo de cambio: precios de los factores altos y poco flexibles, en un contexto donde los socios comerciales habían depreciado sus monedas.

Finalmente, el descalce de deudas privadas era importante. Las hojas de balance de los bancos, principal fuente de financiamiento, estaban caracterizadas por préstamos otorgados en dólares frente a los ingresos de los deudores en moneda nacional.

Características y hechos estilizados de la crisis

La combinación de las desventajas del régimen bimonetario que colapsó en 2002 junto con los fenómenos intrínsecos de las crisis de confianza en los sistemas monetarios, respaldados arduamente en la experiencia latinoamericana de los `80 generaron un ciclo de contracción económica, salida de capitales y disrupción financiero que proveyó una arquitectura en el sistema de préstamos poco favorable para las necesidades del despegue posterior.

Este proceso que impulsó la incertidumbre de todos los agentes de la economía, puede sentar sus bases en varios hechos estilizados y características propias de Argentina:

  • Fuerte endeudamiento externo en un contexto de tipo de cambio fijo.
  • El banco central debía mantener la tasa de interés nacional acorde a la internacional, en caso contrario tendrá una fuga o entrada masiva de capitales que terminará en una alteración del tipo de cambio. La política monetaria era ineficaz precedente a la crisis.
  • Incremento de la subocupación y relaciones de informalidad muy sensibles a cualquier shock económico.
  • Hegemonía de la economía financiera sobre la real.
  • Régimen de acumulación impulsado por inversiones extranjeras y el endeudamiento.
  • La pérdida de la competitividad vía "precios" desalentó las inversiones en la cadena de producción transable lo cual restringió la demanda de préstamos.
  • El crecimiento del déficit presupuestario y los problemas de empleo erigieron incertidumbre.
  • Los efectos desfavorables de la región, principalmente el efecto primer efecto que generó el Tequila y la posterior devaluación del Real, alimentaron la incertidumbre del peso argentino.
  • Estructura de préstamos signada por una fuerte dolarización con empresas que percibían sus ingresos en moneda nacional y actuaban en un contexto de vulnerabilidad económica en esos años.
  • Ante el aumento de la incertidumbre, se produjo una contracción de la cantidad nominal de dinero paralelamente al comienzo de la fuga de capitales.
  • Profundizada la fuga, se aceleró la circulación de títulos provinciales (cuasimonedas) en todo el país.
  • En Diciembre de 2001, el gobierno decide congelar los depósitos denominados en dólares lo cual puso de manifiesto el caos económico y el posterior default total de la deuda.
  • Muchas entidades bancarias ante la iliquidez acudieron a los redescuentos del Banco Central. 
  • Pesificación "asimétrica", conversión forzosa de los depósitos en dólares a pesos. Indexada por la inflación, la cartera pasiva de los bancos se actualizaba por una tasa menor. Esto generó una asimetría afectando directamente a las entidades que luego fueron compensadas por el fisco.

A estos aspectos se agregan las principales características del sistema financiero de la década de 1990: una etapa de cambios en la cual existió un creciente rol en el sistema de pagos, índices de liquidez y solvencia razonables, exigencias de regulación prudencial, ingresos de nuevas entidades y aumento de la participación extranjera sobre lo cual se argumentaba que imprimía un rasgo de mayor oferta tanto de intermediación bancaria, ahorro bancario e inversión que suponía un mayor desarrollo en la oferta y demanda de crédito. En términos generales, si se toma el porcentaje del crédito como participación del PIB, el sistema parece haber llegado a su máximo en el año 1998 (23% del PIB) para luego entrar en el camino de contracción y derrumbe en 2001.

El contexto de incertidumbre iniciado hacia finales de la década de 1990 junto con el comienzo de un sendero de contracción del PIB doméstico, desencadenaron un proceso negativo del agregado de inversión. En efecto, tanto la dinámica de la inversión bruta (IBIF) como del IPAP (Índice de Precio de los Activos Productivos), indicador que anticipa entre uno y dos trimestres la evolución de la IBIF (Inversión Bruta Interna Fija) que elabora el IAE-Universidad Austral, eran contractivas. Esto contribuyó a que el crecimiento de la producción enfrente mayores dificultades ante el intento de estabilizar la economía.

Apoyando la naturaleza procíclica del sistema financiero internacional, los componentes de inversión extranjera del balance de pagos también mostraron un comportamiento similar al que ocurría en la economía doméstica. Los préstamos del Fondo Monetario Internacional y las reservas internacionales se contrajeron a lo que se agregó rebajas en las notas crediticias de la deuda soberana.

Mientras que desde la instauración del régimen de Convertibilidad o Caja de Conversión (Williamson, 1995) en Abril de 1991, el sistema monetario y la economía en su conjunto habían logrado superar varios shocks exógenos: el efecto "Tequila" en 1995, la crisis Asiática en 1997, el default de Rusia en 1998 y la devaluación de la moneda de nuestro principal socio comercial, Brasil en 1999; el impacto consecuente de la crisis política en nuestro país del año 2000 impulsó y potenció la crisis del año posterior. Una vez más hay evidencia de que la dinámica monetaria depende no solo en una dinámica equilibrada de los fundamentales macroeconómicos sino de la confianza de los agentes sobre la misma.

Desde el lado monetario también se observaron dinámicas contractivas. A lo largo de 2001 las condiciones macroeconómicas y políticas generaron una creciente incertidumbre implementando un papel muy importante en la configuración y explosión de la crisis.

Como en distintas ocasiones, la cadena de pagos y la monetización de la economía se vieron seriamente afectadas. La vigorización en la caída de depósitos fue acompañada por problemas de liquidez en el sistema bancario. El sistema financiero había sobrellevado las condiciones desfavorables mediante los instrumentos disponibles: cancelación de préstamos, liquidación de encajes y asistencia del Banco Central pero a finales de Noviembre de 2001 el comportamiento de los actores del sistema hizo que la caída de depósitos se profundice aún más y se transforme en sistémica.

Las decisiones que se desprendieron de la dinámica monetaria, llevaron a las autoridades a imponer restricciones transitorias para el retiro de dinero en efectivo de los bancos y para las transferencias al exterior, medida denominada Corralito con sus posteriores extensiones en 2002. Las medidas de política económica alteraron seriamente las reglas de juego agregando claros problemas de coordinación e información asimétrica que se replicaron, atenuando masivamente las expectativas de los agentes de todos los estratos sociales.

Durante el año 2001 se produjo un traspaso de fondos desde los depósitos a plazo hacia las cajas de ahorro y cuentas corrientes como resultado de la incertidumbre generalizada, es decir, una modificación de carteras hacia horizontes de tiempo más cortos, uno de los hechos estilizados mencionados. Otra de las principales consecuencias y de gran similitud en la historia de nuestro país, fue que los individuos se posicionaron en forma más líquida y pasaron a considerar al dólar billete como principal fuente de atesoramiento de riqueza. A la falta de liquidez y pérdida en la calidad de las carteras de activos bancarios, se le sumó la fuerte caída de las reservas internacionales del sistema en U$S 4.170 millones, principalmente durante el mes de noviembre de 2001.

En efecto, la evolución económica en su conjunto del último bienio 1998-2000, marcó el final del ciclo de crecimiento de los noventa y el comienzo de una progresiva caída en el nivel de actividad, tendencia que luego se profundizaría en el año de la crisis.

Todos estos hechos repercutieron sobre el posterior funcionamiento del sistema bancario doméstico y de la posición argentina en el mercado internacional. Respecto al sistema bancario, las dinámicas y la configuración que se fueron generando en el comportamiento de los agentes hacia el corto y largo plazo las cuales proyectaron las interrelaciones posteriores en todos los mercados aún en una recuperación fenomenal de todos los agregados económicos, incluidos los monetarios.

El costo de una ruptura generalizada de los contratos es bastante obvio, por lo que no vale la pena profundizar en este terreno. Sí señalar que ese costo será mayor cuando mayor la cantidad y el monto de esos contratos. Fue evidente que la dolarización de los instrumentos financieros sostuvo limitaciones afectando la situación patrimonial de los agentes con la depreciación real del peso argentino.

El desenlace, conocido por todos, se materializó en fuertes protestas sociales de finales de Diciembre de 2001 con sus conocidas medidas y graves consecuencias.

Conclusiones

Las crisis son eventos particulares pero, en muchos casos, similares. Indudablemente están marcadas por las características particulares de cada nación, las condiciones iniciales de las economías, el contexto internacional y las medidas de política que se gestionan las cuales están influenciadas, a su vez, por las demandas sociales y por procesos políticos contractuales.

El caso argentino es tristemente aleccionador aunque muchos aspectos del aprendizaje todavía estén bajo el velo del escepticismo. No es posible adoptar un régimen cambiario fijo en el largo plazo sin evitar tener capacidad de endeudamiento en moneda doméstica ni mecanismo que diversifiquen el riesgo doméstico. Eliminar la incertidumbre cambiaria pocos años después de eventos de hiperinflación parecía un desafío cumplido. No obstante, los comportamientos endémicos de la economía no se deshacen en poco tiempo. Sin dudas, los hechos descritos nos invitan a repensarlos en la contemporaneidad no por ser críticos sino por su similitud.

Destacamos que los daños no solo estuvieron presentes en la dinámica de la economía sino que, como principal consecuencia, socavaron la confianza de los agentes hacia el funcionamiento del sistema económico en general y cambiario en particular. No es casualidad que actualmente el precio del dólar estadounidense sea una de las principales variables de observación de los agentes económicos. En este sentido, estas consecuencias están emergidas en la realidad de varias décadas del último cuarto del siglo XX, comienzos del corriente y en la coyuntura actual.

Al parecer el espíritu reiterativo de las lecciones de la historia no es tomado en cuenta para la conformación de los prospectos cognitivos de los encargados de la política económica y de los interesados en los escenarios que se sostienen. Seguramente estos últimos serán beneficiados en el corto plazo, pero el desarrollo de las riquezas debería ser sustentable en la realidad y no en una ficción creada desde una realidad de pocos días. Algo de esto sucedió para que a partir del año 2010 la crisis esté nuevamente entre nosotros.

En este sentido y desde una mirada propositiva desde la problemática actual, traemos el recuerdo de uno los mentores fundamentales que tuvo la ciencia económica, John Maynard Keynes (1883-1946) proponía en su artículo "Sugerencias Positivas para la Futura Regulación del Dinero" (1923) en Ensayos de Persuasión (1972): ``Un plan sólido y constructivo debe proporcionar:

I. Un método para regular la oferta monetaria y crediticia, con objeto de mantener, tanto como sea posible, la estabilidad del nivel de precios interiores; y

II. Un método para regular la oferta de moneda extranjera, para evitar las fluctuaciones puramente temporales causadas por influencias estacionales o de otra clase y no por una perturbación permanente de la relación entre el nivel de precios interiores y el de precios exteriores.

Finalizaremos estas notas con una especie de confesión que, a nuestro parecer, establece un marco de temporalidad respecto al desarrollo precedente. El gran escritor y novelista, Carlos Fuentes (1928-2012), en una entrevista para una revista especializada confesó que: "…leía El Quijote cada año porque en el calendario de la lectura del libro es siempre otro. De modo que leer es una forma de rehacer el tiempo y escribir es siempre otro…". Rehacer el tiempo para la economía argentina debería ser aprender las lecciones de la historia.

Se cumplen veinte años de la crisis de la Convertibilidad, que se constituyó como uno de los grandes eventos disruptivos de nuestro país. Creemos oportuno recordar algunas características sobre lo ocurrido desde una visión crítica y constructiva, más aún luego de la crisis sanitaria y económica del año pasado.