La inflación mensual de septiembre fue del 3,5% m/m esperándose para octubre una leve desaceleración al 3,4% m/m, cerrando el año en torno al 120% i.a. (vs 211% i.a. en 2023). Esta dinámica no es, en sí misma, una mala noticia, ya que es esperable cierta resistencia en un programa con un ancla fiscal fuerte pero sin un nuevo esquema monetario o una recesión que comienza a quedar atrás. Sin embargo, la sobreventa inicial del éxito en la lucha contra la inflación, cuando la desaceleración fue rápida, generó una percepción de que el proceso avanzaría más velozmente, lo que podría estar alimentando la impaciencia social.

El proceso de desinflación inicial se apoyó en un ajuste fiscal significativo, junto con una fuerte caída del consumo y la inversión, lo que permitió frenar rápidamente la suba de precios hasta mayo (pasando del 25,5% m/m en diciembre al 4,2% m/m en mayo). A esto se sumó el cierre de los grifos de expansión monetaria: el gobierno dejó de emitir para financiar al Tesoro, se limitó la emisión para cubrir los pasivos remunerados del Banco Central, transfiriendo el saldo al Tesoro, y desde agosto se esterilizan los pesos emitidos por la compra de divisas. Sin embargo, desde junio, la recuperación parcial de la demanda, impulsada por el incremento de los salarios reales y una mayor expansión del crédito al sector privado, ha atenuado el impulso desinflacionario. En septiembre, el crédito privado mostró dinamismo, creciendo del 7,7% m/m real sin estacionalidad, con un fuerte aumento en los préstamos personales (+13,8% m/m).

El debate sobre la “inercia” inflacionaria ha ganado protagonismo en este contexto. En una economía como la argentina, donde la indexación de precios está arraigada, la inercia se convierte en un obstáculo importante para reducir la inflación rápidamente. Según la literatura económica, autores como Dornbusch y Fischer subrayan que romper la inercia inflacionaria en economías de este tipo requiere más que políticas monetarias tradicionales; se necesita una coordinación explícita de precios o ajustes recesivos más profundos. Las expectativas de inflación relevadas por la Universidad Torcuato Di Tella reflejan esta resistencia: aunque la expectativa de inflación a 12 meses bajó de 85,1% en mayo a 64,5% en septiembre, la mediana se ha mantenido anclada en el 50% desde mayo, lo que dificulta una desinflación más acelerada. Este anclaje provoca que contratos y precios a término tengan como referencia un ajuste en torno al 3,5% mensual, imponiendo un límite al ritmo de desinflación.

A esto se suman las presiones inflacionarias en los precios regulados, que ya han aumentado un 221% durante la gestión actual, pero aún enfrentan un ajuste pendiente de aproximadamente un 25%, lo que podría agregar 5 puntos porcentuales a la inflación anual. Además, la posibilidad de una corrección cambiaria representa un riesgo de impulso transitorio en los precios. Aunque no hay consenso sobre el nivel de tipo de cambio de equilibrio, el tipo de cambio real actual es un 45% inferior al de diciembre de 2023, lo que sugiere que en aquel momento el valor era muy alto, o que el valor actual es demasiado bajo.

Las diferencias en la dinámica de precios entre bienes y servicios también son notables en el proceso actual. Los bienes, que sufrieron un fuerte impacto tras la devaluación en diciembre de 2023, han desacelerado su inflación a niveles apenas superiores al 3% m/m en los últimos cuatro meses. En contraste, los servicios, presionados por los ajustes de tarifas y la recomposición de márgenes en un contexto de recuperación, han crecido a un ritmo promedio del 6,6% m/m en el mismo período.

En este escenario, aunque los esfuerzos por controlar la inflación han mostrado avances, la realidad es que el fenómeno inflacionario en Argentina aún enfrenta desafíos. La inercia de precios, la resistencia de los precios regulados y la recomposición de márgenes en el sector servicios sugieren que la convergencia hacia niveles más bajos tomará algo de tiempo. Ante el programa actual, la desinflación es un hecho –con la única salvedad de un posible salto temporario que podría generar una corrección cambiaria– la incógnita radica en la velocidad. Para 2025, nuestro pronóstico es que la inflación cierre en 36% i.a., lo que implica un ritmo mensualizado del 2,6% (en línea con lo que anticipa el REM, con una proyección de 35% i.a., equivalente a un 2,5% mensualizado).