En economía nunca ha sido simple encontrar consensos: ¿los bancos centrales deberían preocuparse exclusivamente por la inflación, o también por el empleo?¿Es más conveniente una política económica discrecional o una gobernada por reglas?¿Cuál es la mejor estrategia para reducir la inflación? Durante décadas, neoclásicos y keynesianos han pugnado por encontrar la mejor respuesta a estas preguntas y se han repartido el dominio de sus ideas sobre la política económica.

Ambos enfoques parten de supuestos diferentes. En la visión neoclásica los salarios y los precios son flexibles, lo cual permite que los mercados se equilibren rápidamente ante distintos tipos de  shocks. Y si el equilibrio es eficiente (en el sentido de que consumidores y empresas están  tomando decisiones óptimas), la intervención del Estado queda limitada a resolver fallos del mercado, garantizar derechos de propiedad, generar infraestructura y poco más. En la visión keynesiana, ni salarios ni precios se ajustan con rapidez, y por lo tanto los mercados (por ejemplo, el laboral) pueden estar en desequilibrio durante períodos prolongados (con una tasa de desempleo varios puntos porcentuales por encima de su valor de pleno empleo). En consecuencia, la intervención del Estado es clave para actuar sobre el ciclo económico.

En economía nunca ha sido simple encontrar consensos. Durante décadas, neoclásicos y keynesianos se han repartido el dominio de sus ideas sobre la política económica.

Existen países exitosos que implementan políticas económicas a partir de ambas visiones. Pero, en última instancia, estos países gestionan sus economías a partir de cierta forma de capitalismo, con un sistema donde la producción se basa en la búsqueda de beneficios usando trabajo (con salarios determinados en condiciones de oferta y demanda), capital (del cual la mayor parte está en manos privadas) y una coordinación descentralizada. Sin embargo, Branko Milanovic, en un muy buen libro (Capitalism Alone, 2019, Harvard University Press), diferencia entre el capitalismo meritocrático liberal (básicamente implementado en Occidente) y el capitalismo autoritario o estatal (implementado en China y otros países del sudeste asiático, Europa del Este, África y Asia Central).

Esto lleva a concluir que hoy resulta difícil explicar todos los casos de éxito o fracaso a partir de un único modelo económico que responda a las preguntas planteadas al comienzo. Y, como si fuera poco, relaciones entre variables económicas que se consideraban muy estables hoy muestran un comportamiento que genera perplejidad. Una de ellas es la que existe entre el empleo y el nivel de precios, resumidas en una relación conocida como “curva de Philips”: para  reducir la tasa de inflación, una economía debe estar dispuesta, al menos temporalmente, a soportar un aumento en el desempleo, y viceversa. Se trata, cuanto menos, de una disyuntiva  inquietante, toda vez que la combinación ideal sería baja inflación y bajo desempleo.

Hoy en día, resulta difícil explicar todos los casos de éxito o fracaso a partir de un único modelo económico.

Los datos muestran que la relación inversa entre inflación y desempleo funcionó bastante bien históricamente, pero que claramente no se cumplió durante las últimas décadas. En Estados Unidos, el desempleo llegó al 10% en lo más álgido de la última crisis financiera internacional (octubre de 2009), y a partir de allí disminuyó de modo casi ininterrumpido hasta llegar a un piso del 3,5% a comienzos del 2020 (por el COVID-19, el desempleo alcanzó un máximo de casi 15% en mayo de ese año, y en la actualidad se encuentra en torno al 6%). En ese mismo período de tiempo, la inflación anual promedió el 1,7%, tuvo un valor máximo de 3,8% y sólo desde abril de 2011 hasta enero de 2012 estuvo por encima del 3%. En la zona del Euro el desempleo se mantuvo bastante elevado (aún después de la finalización de la crisis financiera), y sólo comenzó a disminuir de modo sostenido a partir de la segunda mitad de 2013: en septiembre de ese año estaba en 12,1%, y a comienzos del 2020 había caído hasta casi un 7%. En paralelo, la inflación también fue muy baja, habiendo promediado el 1,4% anual entre enero de 2010 y diciembre de  2019, con un pico del 3% a fines de 2011. A nivel regional también es posible encontrar excepciones a la regla: Brasil, por ejemplo, fue capaz de reducir el su desempleo a la mitad (14% en 2003 contra 6,8% en 2014) con, incluso, una disminución de la inflación (14,7% en 2003 y 6,3% en 2014).

Estamos ante un punto de inflexión: la economía no solo cumple su rol descriptivo, sino también, y ante todo, en el umbral de una época en la cual la política macroeconómica deberá cumplir con más cautela su rol normativo. En este sentido, si quienes están a cargo de la gestión de la política fiscal y de la política monetaria quieren cumplir su cometido con eficiencia y equidad, deberán tener muy presente la siguiente idea: un modelo es útil cuando capta aspectos esenciales de la realidad, pero se convierte en indispensable cuando captura los aspectos más relevantes de la realidad en un contexto determinado. En un momento en el cual todo el andamiaje macroeconómico parece tambalear, esta utilización correcta de los modelos se convierte en algo esencial.