Intel es el principal fabricante de chips de Estados Unidos. La empresa, junto con Samsung, es de las pocas en el mundo que se dedican tanto al diseño como a la fabricación de chips. Su especialidad son las unidades de procesamiento central para computadoras personales, mercado en el que domina con una participación del 62%.
A principios de 2020, Intel estaba posicionada como una de las 20 empresas más valiosas del mundo, con un valor de mercado que rondaba los USD 295 MM, apenas por debajo de su principal competidor, Taiwán Semiconductor (TSM), que tenía un valor de USD 300 MM.
Desde entonces, Intel perdió el 71% de su valor mientras que TSM triplicó su valuación hasta USD 895 MM, consolidándose como el líder indiscutido del mercado.
Lo que sucedió en el medio fue una serie de decisiones desafortunadas que culminaron con la renuncia del CEO a principios de 2021. Estas decisiones abarcaron desde aspectos técnicos, como el ingreso tardío a la utilización de litografía en el proceso productivo, hasta aspectos comerciales, como la falta de visión para apostar por tendencias emergentes, incluyendo chips para teléfonos celulares e inteligencia artificial.
El rezago de Intel frente a TSM ha llegado a un punto crítico. Actualmente, las fábricas de Intel no tienen la capacidad para producir sus diseños de chips más avanzados, obligando a la empresa a subcontratar la producción a la compañía taiwanesa. Esto significa que la unidad de fabricación de Intel no logra producir a escala, lo que ha resultado en pérdidas operativas que en 2023 ascendieron a USD 7 MM.
Ahora bien, del mismo modo que en 2020 la valuación de Intel no reflejaba un declive que llevaba años gestándose, su valuación actual tampoco considera el ambicioso plan de reconversión de la empresa, que podría devolverle algo del brillo perdido.
En concreto, el plan con el que Pat Gelsinger asumió el liderazgo de la empresa en 2021 implica invertir más de USD 100 MM con el objetivo de alcanzar los máximos estándares en capacidad de diseño y fabricación de chips. Para ello, Intel inició la construcción de tres mega-fábricas de última generación.
Estas mega-fábricas estarían listas entre 2027 y 2028, lo cual implica que aún faltan varios años para que la empresa pueda mostrar los primeros resultados de su plan de reconversión.
Mientras tanto, el avance pesa sobre la posición financiera de la empresa, que viene invirtiendo más de USD 20 MM al año desde la asunción de su nuevo CEO.
El proyecto de reconversión de Intel coincidió con la aprobación del CHIPS Act en Estados Unidos. Este programa del gobierno busca reducir la dependencia de chips fabricados en el exterior, particularmente en Taiwán, país que corre el riesgo de sufrir una invasión china. Para ello, el presidente Biden ofrece importantes subsidios a proyectos de construcción dentro del país.
No es casualidad que Intel, el mayor fabricante nacional, se viera particularmente beneficiado por este programa. La empresa dispuso sus planes de construcción para las tres mega-fábricas en los estados de Arizona y Ohio, obteniendo en total unos USD 19 MM en subsidios, los cuales se vienen desembolsando a medida que avanza la construcción.
Dejando de lado la unidad de fabricación, el área de diseño de Intel es altamente rentable (USD 11 MM de ganancia operativa en 2023) y cuenta con victorias más tempranas. En los próximos meses debutarán los nuevos chips “Gaudi 3”, diseñados por Intel y producidos por TSM, que proponen una alternativa de bajo costo a los chips H100 de NVIDIA, quienes dominan en rendimiento a cambio de un costo que resulta prohibitivo para muchas empresas.s.
El futuro de Intel
Intel planea alcanzar USD 100 MM en ingresos para 2030. Para ese entonces, la compañía tendría sus nuevas fábricas operando a pleno potencial, produciendo no solo sus chips más avanzados sino también encargos de diseñadores que no cuentan con fábricas propias.
La rentabilidad debería recomponerse, apuntalada tanto por la mayor escala de producción como por las iniciativas de diseñar chips para inteligencia artificial, los cuales suponen un gran impacto positivo incluso si la empresa se hace de un pequeño porcentaje de este gigante mercado.
Al mismo tiempo, la pesada carga de inversiones que la empresa soporta en la actualidad debería normalizarse en niveles inferiores, dando espacio a una mayor generación de caja.
Por último, el endeudamiento debería mantenerse bajo control ya que Intel espera financiar parte de sus nuevas inversiones con la venta de subsidiarias que no forman parte de su actividad principal, tales como Mobileye (conducción autónoma) y Altera (chips programables), ambas valuadas en torno a USD 10 MM..
Si para 2030 Intel alcanza su meta de USD 100 MM en facturación con un margen neto del 20% (todavía lejos del 30% logrado en 2018), generaría ganancias de USD 20 MM. Aplicando un múltiplo de 12,5x, su valor de mercado podría ascender a USD 250 MM. Esto representaría un crecimiento de prácticamente 200% desde su valuación actual de USD 84 MM, triplicando el valor para los accionistas en 6 años.
Ahora bien, un retorno potencial de estas magnitudes no se logra libre de riesgos. En el caso de Intel, los desafíos son considerables y van desde la ejecución a tiempo de sus fábricas hasta la adopción lograda por sus nuevos chips de inteligencia artificial. Al mismo tiempo, competidores como Arm Holdings y AMD vienen ganando participación de mercado en computadoras personales, sumando un desafío adicional para la empresa.