Como veníamos diciendo hace varios meses, la inflación en EEUU sigue muy alta y subiendo. En enero el aumento de los precios fue 0,6%, en ambas versiones, y su incremento anualizado fue 7,35%, aunque “sólo” 6% en la medición core. Es la mayor tasa de inflación de los últimos 30 años en EEUU (sic). Como si esto fuera poco, los precios mayoristas aumentaron 1% en enero.

Ya se descuenta que, en 2022, habrá (¿al menos?) dos alzas de 25 puntos básicos en las tasas de la Reserva Federal, y algunos piensan que el primer recorte, en marzo, puede ser de 50 puntos. Por cierto, en ese marco se acelerará el tapering, reduciendo más aún las compras netas de bonos del Tesoro que, llegado el caso, podrían pasar a ventas netas. En Europa se teme una desaceleración de la economía, el BCE está tratando de enfriar las expectativas de un cambio rápido de la política monetaria y su presidente, Christine Lagarde, dijo que un aumento de tasas no resolvería ninguno de los problemas del área Euro y agravaría las amenazas. Logró así una mayor toma de posiciones –transitorias- en euros. En materia de empleo, en EEUU se crearon 467,000 en enero, más de lo esperado. En consonancia con el aumento de la participación en la fuerza laboral, la tasa de desempleo abierto subió, levemente, de 3,9% a 4%. 

Las proyecciones de enero pasado del FMI (Cuadro 1), disminuyeron su optimismo, no sólo para 2022 sino, más aún, para 2023 salvo, curiosamente, para América Latina. El mundo crecería 4,4% en 2022 (con un fuerte recorte respecto de octubre pasado, que fue 5,9%) y sólo 3,8% en el 2023. El aumento del PIB global en el cuatrienio 2020-2023, se limitaría a 2,7%. No está mal teniendo en cuenta la caída del 2020 por la pandemia, pero es un número relativamente bajo comparado con la pre-pandemia. En fin, para la Argentina el FMI hizo fuertes correcciones al alza y a nuestro país le iría bastante mejor, con un crecimiento promedio igual que América Latina (1,1% anual en el cuatrienio), y más que Brasil y México pero el más lento de los grupos de países reportados. Cabe preguntarse si la década en curso no estará perdida para el subcontinente o, al menos, para la mayoría de sus países. Es un tema a seguir con atención.  Sin embargo, extendiendo la mirada al 2017, la performance de Argentina ha sido levemente negativa y la peor de todos los países o regiones del cuadro. 

En el cuadro 2 se destaca, nuevamente, la fuerte valorización del dólar, pero, a diferencia de lo que ocurre la mayoría de las veces, fue acompañada por subas de las commodities, en parte por sequías bastante generalizadas. Quizás anticipando una desaceleración de la economía global, muchas bolsas dejaron atrás un largo período de subas y cayeron, aunque no dramáticamente. La prueba de fuego para la economía global será cuándo podrá declararse la derrota de la COVID que, nuevamente, parece acercarse. Además, como siempre decimos, cabe recordar que acecha una gigantesca deuda global, pública y privada, que supera, por primera vez, el 350% del PIB mundial.

Como venimos diciendo, la evolución de la economía mundial, y de nuestra Argentina tan vulnerable, dependerá en gran medida de la eficacia y la velocidad de difusión de las vacunas, aun contra nuevas cepas como la Ómicron cuyas noticias recientes son positivas. 

En una mirada de mediano y largo plazo, la Argentina necesita acuerdos básicos que todavía, no se avizoran. Seguimos “agrietados” y reacios a acordar. Dos pruebas de si nos estamos acercando o alejando de ellos serán si se llega a acordar con el FMI y si se vota positivamente en el Congreso. Como venimos sosteniendo hace tiempo en esta columna, sin acuerdos será muy difícil, quizás imposible, dejar atrás la década sin crecimiento sostenido iniciada en 2012 y la decadencia, mucho más larga, de casi sesenta años. En efecto, nuestro país empezó a decaer desde un ranking próximo al 20 a principios de los setenta del siglo pasado, hasta poco más de la posición 60 en la actualidad. 

Venimos insistiendo que tener y mostrar un rumbo claro es esencial, pero la Argentina va en dirección contraria y pocas veces ha sido tan confuso. Por esta carencia de rumbo se impide maximizar la calidad y la cantidad de la inversión en capital humano y en capital físico, para así crear todos los empleos productivos necesarios para erradicar la pobreza y reducir la desigualdad. Hay que buscar acuerdos como los que ayudaron a salir de peores atolladeros a España en los setenta, a Israel en los ochenta, a Chile en los noventa y a Sudáfrica en los 2000.