En el marco de diversas amenazas, tales como la pandemia, la inflación en alza, la fuerte desaceleración de la compra de bonos (tapering) por parte de la Reserva Federal y la cercana suba de las tasas de interés, la economía norteamericana mostró indicadores mixtos. Por ejemplo, en el mercado laboral encontramos, simultáneamente, una caída brusca del pedido de seguros de desempleo –que se ubicaron en el bajísimo nivel de 1969- y, por otro lado, una creación pobre de empleos en noviembre: sólo 210.000. Al mismo tiempo, la tasa de desempleo cayó 0,4 puntos, a 4,2%. Otro dato preocupante es que la inflación implícita en el consumo privado –la más mirada por la Reserva Federal fue de 0,6%.

De persistir la inflación en valores similares, la Reserva Federal (RF) se verá obligada a acelerar el tapering (menores compras de bonos del Tesoro, igual a menor emisión monetaria), y también a anticipar las subas de tasas en la próxima reunión de la Fed (14 y 15 de diciembre). La reducción de las compras de bonos ya está en marcha. No obstante, la RF consideraba que la inflación era transitoria, y no ha habido declaraciones que cambiaran ese parecer. En su último informe, del 3 de noviembre, la RF sostuvo que su Comité de Política Monetaria perseguía dos objetivos centrales: conseguir el máximo nivel de empleo y una inflación de 2% anual en el largo plazo. En nuestra visión, el segundo objetivo está en serio peligro. Estamos transitando un momento de gran incertidumbre, que dificulta la toma de decisiones. Hasta el presidente de la Reserva Federal, Powell, reconoció que “los riesgos están ahora, claramente, en cuellos de botella más largos y persistentes y, por lo tanto, en una inflación más alta”. The Economist escribió, por su parte, que “con las perspectivas de inflación empañadas por la incertidumbre, los inversores empiezan a apostar a que los bancos centrales tendrán que subir, pronto, las tasas de interés”.

El aumento del PIB de los EEUU, en la primera estimación del tercer trimestre, fue de sólo 2,1% anualizado, una marcada desaceleración respecto del segundo (6,7%). El menor crecimiento se debió a una caída importante del consumo. Más estructuralmente –y emblema del conflicto EEUU vs. China- el déficit comercial de bienes y servicios de EEUU dejó de aumentar y cayó de 80.000 a 67.000 millones de dólares.

Las proyecciones globales de octubre del FMI (Cuadro 1), acentuaron su optimismo, como puede verse allí en el predominio de los verdes, salvo para América Latina, impulsados, como es habitual, por los países emergentes. El mundo crecería 5,9% este año, más que recuperando la caída del 2020, el PIB global de 2021 sería bastante mayor al de 2019 y aumentaría, en promedio, 2,7% en el trienio 2020-22. A pesar de los ajustes al alza del FMI, a la Argentina le iría bastante peor, creciendo, en promedio, cero entre 2020 y 2022, siendo así uno de los países de peor desempeño global, aunque con crecimientos muy lentos en casi toda América Latina. Cabe preguntarse si la década en curso no estará perdida para el subcontinente o, al menos, para la mayoría de sus países. Es un tema que seguiremos con atención.

En el cuadro 2 se destaca, nuevamente, la fuerte valorización del dólar y, volviendo a la normalidad, junto a caídas de muchas commodities. Quizás anticipando una desaceleración de la economía global, la mayoría de las bolsas mostraron caídas. Pero la prueba de fuego para la economía global será cuándo podrá declararse la derrota de la COVID. Por ahora hay menor optimismo, por la extensión de la variante Ómicron.

Además, como siempre decimos, cabe recordar que acecha una gigantesca deuda global, pública y privada, que supera, por primera vez, el 350% del PIB mundial.

El devenir económico mundial, y de nuestra Argentina, tan vulnerable, dependerán en gran medida de la eficacia y la velocidad de difusión de las vacunas, aun contra nuevas cepas como la Ómicron. También parece auspiciosa la gradual difusión de píldoras anti-COVID.

En lo que se refiere a nuestro país, las elecciones recientes fueron las quintas que pierde el oficialismo. Pero la Argentina sigue “agrietada” y reacia a los acuerdos, aun dentro de las dos principales coaliciones. Como venimos sosteniendo hace tiempo, sin acuerdos será muy difícil dejar atrás la década sin crecimiento sostenido iniciada en 2012, y también resolver los acuciantes problemas de inflación, déficit fiscal, etc. Allí mostramos que tener y mostrar un rumbo es esencial. El mismo llevaría a maximizar le calidad y la cantidad de la inversión en capital humano y en capital físico, para así crear todos los empleos productivos necesarios para erradicar la pobreza y reducir la desigualdad. El principal obstáculo que impide esto es la falta de acuerdos como los que llevaron a salir de atolladeros peores a España en los setenta, a Israel en los ochenta, a Chile en los noventa y a Sudáfrica en los 2000. Ojalá la dirigencia argentina se dé cuenta que sin acuerdos será muy difícil o imposible interrumpir la decadencia de sesenta años, cuando teníamos el vigésimo nivel de vida de todos los países del mundo, y ahora estamos en el sexagésimo lugar.