La inflación minorista en EEUU se frenó fuertemente en agosto: 0,3% mensual y 5,3% anual, y la inflación núcleo (0,1%) -sin precios regulados o estacionales- fue la menor desde febrero. En una muestra de fortaleza, esto ocurrió simultáneamente con un crecimiento del PIB del 6,7% anual (tercera y última estimación) en el segundo trimestre, levemente por encima de las dos anteriores. El déficit comercial siguió creciendo y se acerca a los 75.000 millones de USD mensuales. El ritmo de aumento, sin embargo, es menor que durante la presidencia de Trump. Pero no todas fueron rosas. La creación de empleos en septiembre, sólo 194.000 personas, fue la menor de este año. Lo bueno es que la del sector privado fue cercana a 300.000 personas, más que contrapesando la caída del empleo estatal. ADP, una firma que pronostica dos días antes el nivel de empleo en EEUU, dijo que ellos estimaban una mayor creación, con una diferencia en más de 251.000 puestos, atribuidos principalmente a hoteles e industrias del ocio. El presidente Biden festejó la caída del desempleo (de 4,8% a 4,4%), pese a que la tasa de participación en la fuerza laboral bajó una décima, a 61,6%, no obstante, la suba de la tasa de empleo. Los sectores que generaron más empleo fueron alojamiento y gastronomía, ocio, profesiones, servicios a las empresas, comercio minorista, transportes y almacenamiento.
Los últimos comunicados de la Reserva Federal (22/9) ratificaron la tesis de la Fed de que el alza de la inflación es (o fue) transitoria, como lo mostraron los últimos números. Quizás por esto no mencionaron la desaceleración de las compras de bonos –el temido, tapering. Sin conocer los datos recién mencionados, posteriores al comunicado, evaluaron que el descenso de la inflación fue acompañado de un aumento del empleo. Pero la realidad mostró fuertes caídas de las tasas de crecimiento del mismo, tanto en agosto como en septiembre.
La baja inflación de julio y agosto ayudó a posponer el tapering. Pero sigue siendo riesgoso apostar a la continuidad de la compra de bonos, como se dijo en el último comunicado. Estamos transitando un momento de gran incertidumbre, que dificulta la toma de decisiones. Pero seguimos pensando que, si la inflación interrumpe su caída, la Reserva Federal dará una señal muy moderada, tal como anunciar que la suba de tasas podría adelantarse para 2022, y no para 2023 como se anunció hace poco. En tal sentido, la luz verde del Senado de EEUU al mega plan de infraestructura de Biden –a lo Eisenhower- podría esgrimirse como contrapeso de un eventual adelantamiento de la suba de tasas.
Las proyecciones globales de octubre del FMI acentuaron su optimismo, como puede verse en el predominio de los verdes en el Cuadro 1, salvo para América Latina. El impulso lo pusieron, como siempre, los países emergentes. El mundo crecería 5,9% este año, más que recuperando la caída del 2020, el PIB global de 2021 sería bastante mayor al de 2019 y aumentaría 2,8% en el trienio 2020-22, no obstante la COVID. Pese a ajustes al alza del FMI, a la Argentina le iría bastante peor, creciendo cero entre 2020 y 2022, siendo así uno de los países de peor desempeño global, aunque, cabe decirlo, con crecimientos muy lentos en casi toda América Latina. Tanto es así que cabe preguntarse si la década en curso no estará perdida para el subcontinente o, al menos, para la mayoría de sus países. Seguiremos este tema con atención.
En el cuadro 2 se destaca la fuerte valorización del dólar y, como es habitual, junto con caídas en algunas commodities y, más generalizadamente, en las bolsas (de las que dijimos el mes pasado que las subas estaban cerca de su final). Pero la prueba de fuego para la economía global será cuando pueda declararse la derrota de la COVID que, en los últimos meses, ha reducido su virulencia, aunque todavía acosa la variante Delta. Además, como siempre decimos, cabe recordar que acecha una gigantesca deuda global, pública y privada, que supera, por primera vez, el 350% del PIB mundial.
El devenir económico mundial, y de nuestra Argentina, tan vulnerable, dependerán en gran medida de la eficacia y la velocidad de difusión de las vacunas, aun contra nuevas cepas como la Delta –cuya ausencia de América Latina es un misterio. Sin embargo, nuestro país no accederá de lleno a las oportunidades que, todo indica, ofrecerá la economía global post-pandemia. Para ello necesitaría mostrar un rumbo claro, hoy inexistente, que conduzca a la mejora y el aumento de la inversión en capital humano y en capital físico, para así crear los millones de empleos formales necesarios para abatir la pobreza y reducir la desigualdad. Estas son las políticas que seguimos estudiando y proponemos en el proyecto Productividad Inclusiva, en curso en el IAE y en la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad Austral.
Tener y mostrar un rumbo claro requiere, protagónicamente, comerciar más con todo el mundo y ser destino de inversiones, propias y ajenas, que promuevan dichas metas, todo ello sin limitarse a países con vocación de dominio. En tal sentido, sería muy beneficioso apostar al acuerdo Mercosur-Unión Europea que, además, daría un buen marco para re-potenciar el acuerdo regional, que languidece. En el complejo contexto de buena parte de América Latina, política y económicamente, corremos el riesgo de una década perdida, como hemos dicho, que para la Argentina sería la segunda seguida. Para evitarlo es necesario pensar y actuar incluyendo a los más necesitados, aumentando, al mismo tiempo, la productividad.